Subjetividad en tiempos de pandemia

Por Daniel García Delgado, director del Área Estado y Políticas Públicas de FLACSO Argentina.
Publicado el 20 de mayo de 2020.
Sitio web del Área EyPP, Sección Papeles de coyuntura.
http://politicaspublicas.flacso.org.ar/


El mundo ya no va ser igual (Parte 6)
Subjetividad en tiempos de pandemia.

En tiempos de pandemia todo parece posible. Las semanas vuelan y llevan consigo las certidumbres sobre el contexto que nos rodea. El virus reaparece en los lugares del mundo que lo habían eliminado. Ha llegado para quedarse más tiempo de lo esperado. La cura que se creía tan cercana se aleja en el tiempo. En medio de esta nebulosa una certeza brilla en el horizonte: después del coronavirus el mundo no será el mismo. En esto hay consenso a lo largo y a lo ancho del planeta. La índole del futuro que nos espera está, sin embargo, estrechamente ligada a las acciones que se toman en el presente. En tiempos remotos se creía que los dioses decidían por los seres humanos y que todo estaba definido desde un principio. Hoy sabemos que el conocimiento y la acción pueden modelar las circunstancias y aproximarnos a los fines que nos proponemos. También sabemos que nada está decidido de una vez y para siempre”.
Mónica Peralta Ramos (2020)

1. La posmodernidad neoliberal

En el tránsito modernidad-posmodernidad se intersectan dos grandes cambios: el material -las formas de producción del capitalismo que se generan en los últimos cuarenta años y que podemos sintetizar como el pasaje ‘De la gran transformación a la gran financierización’ (Polanyi)-, y el cultural -el pasaje de la modernidad de los grandes relatos a una posmodernidad que fluye, que deja atrás lo sólido, los mandatos de las grandes instituciones, donde el sujeto no es colectivo sino individual, la “modernidad líquida” de Bauman, o la ‘posmodernidad escéptica’ de la política de Deluze-. Esta corriente inaugura una reflexión más sobre las reglas del juego, resalta al individuo, su subjetividad y su libertad emancipada de los colectivos, de las instituciones, de una idea de razón histórica. Se abre a lo incierto, pero es una configuración cultural que funge con un régimen neoliberal de acumulación que promueve el consumo, pero también la desigualdad e indiferencia; la obsolescencia, la constante novedad, pero también la terciarización, la diferenciación y el narcisismo. Lo posmoderno toma distancia de lo público y del Estado, volviéndose así funcional al capitalismo neoliberal. Es modelada ahora en función de las necesidades del nuevo modelo de capitalismo neoliberal: financiero, globalizado, y desregulado. Y este cambio cultural es captado, en nuestra sociedad, por Cambiemos en 2015, alianza que entendió más rápido los cambios que se habían producido, que generaban nuevas expectativas, demandas y necesidades, que abrían la puerta para la instalación de nuevos consensos y sentidos. Su relato logró permear profundamente el sentido común y resignificó algunos de sus elementos fundamentales. Se apoyó en el mérito, la aspiración, el sacrificio y el deseo de un “país normal”, pero los individualizó y les quitó todo lo que tenían de colectivo o comunitario.

Ese hiper-individualismo, consumista y antipolítico, naturalizaba la desigualad y deseaba preservarse del otro, con énfasis en la seguridad y en fomentar una grieta política y social.  Una subjetividad del que “se hizo solo y se lo merece”, que no espera nada del Estado, que cuestiona su deber de pagar impuestos porque se asiste en los servicios privados; una conciencia de mérito propio y de insolidaridad para que su esfuerzo, de alguna forma, no llegue a los demás. El neoliberalismo explota la moral de muchas maneras. Cada política regresiva venía asociada a un valor ecológico, social, futuro. Los valores morales se consumen como signos de distinción. Son apuntados a la cuenta del ego, lo cual hace que aumente la autovaloración y se incremente la autoestima narcisista (Ben Yui). A través de los valores, uno no entra en relación con la comunidad, sino que solo se refiere a su propio ego. La pérdida de lo simbólico y la pérdida de lo ritual se fomentan mutuamente, son degradados en el discurso. La desaparición de los símbolos emite a la progresiva fragmentación y atomización de la sociedad.  La ‘vida intensa’ o ‘la revolución de la alegría’, como lemas publicitarios del régimen neoliberal, no son otra cosa que consumo intenso.

Pero lo que daba sentido a esta ‘modernidad líquida’, ahora ha comenzado a desvanecerse. El coronavirus y la crisis económica mundial han dado un golpe impensado, no solo al capitalismo neoliberal y al régimen económico, sino también a la cultura anti-Estado de Bienestar, anti-organizaciones sociales, anti-comunitaria que le daba soporte. Ahora ambos, el individuo solo y el empresario o rentista, están amenazados y a su vez amenazan con requerir de aquello mismo que anteriormente cuestionaban[1].

Lo cierto es que la política que se basaba en el neoliberalismo era una política emocional y de la posverdad, en la que no importaba la veracidad sino el efecto, el impacto que creaba junto a la reiteración[2]. Pero la política es razón y mediación. La psicopolítica neoliberal trabajaba para concitar emociones y desencuentros, y explotarlas. Pero el individuo productor de sí mismo se empieza a desvanecer como la bruma matinal de un día signado por el temor sobre lo que vendrá y por nuevos discursos que invocan la veracidad y la racionalidad en la acción pública. Porque ahora, con la doble crisis -sanitaria y económica-, el dinero no sirve para viajar, es muy difícil comprar -y mucho menos bienes de posición-, o reproducir la sociedad aspiracional. Aparece así el Estado como último resguardo. Al mismo tiempo, se ven despojados tanto los que tienen como los que no tienen. Las sociedades desarrolladas occidentales se resquebrajan en su soberbia y comienzan ahora a tener crisis económicas, altas tasas de enfermedad y desempleo, y a equiparar sus condiciones de vulnerabilidad a las de los países en desarrollo. Muchos líderes de la derecha, consagrados localmente por Cambiemos, como Trump, Johnson, Bolsonaro o Piñeira, hoy comienzan a quebrarse sintetizando los dos males: el del nivel de enfermos y muertos por la pandemia  junto a una caída de la economía y del empleo.

Uno de los temas más debatidos respecto de los efectos de la pandemia se vincula con la conciencia de finitud, de la muerte, de la fragilidad que portamos. Frente a esa realidad, el actor que emerge como el único capaz de dar una respuesta, es el Estado, el Estado-Nación en particular, que vuelve a tener el control de sus fronteras frente a la globalización de libre mercado. Asimismo, surge la convicción de que existen Estados pero no liderazgos mundiales que se hagan responsables.

2. La sociedad virtual en transición

“La crisis del coronavirus trastoca el tiempo pero también la reconfiguración del espacio. La pandemia, cualquier pandemia, es una experiencia muy territorial: como el peligro llega de afuera, la naturaleza territorial de la autoridad política se refuerza. Y recupera centralidad el estado-nación, única instancia con capacidad para cerrar fronteras y declarar confinamientos que además sigue siendo el dispositivo más adecuado para gestionar el miedo, el sentimiento que prevalece en momentos en que la textura de la vida cotidiana –como sostiene John Gray, está cambiando, alterada por una espeluznante sensación de fragilidad”.
José Natanson (2020)

 

En la sociedad virtual en la que vivimos en este contexto de pandemia, todo parece depender más de computadoras, del teletrabajo, de los protocolos, de la inteligencia artificial, del zoom. Lo cierto es que la pandemia aceleró la transformación del mundo del trabajo, avanzando la transformación digital en unas pocas semanas más que en los últimos años[3]. Ganaron las plataformas de streaming, los zoom, el home-office, y perdieron los vuelos y la globalización de libre mercado. Al mismo tiempo, la globalización neoliberal se desglobaliza cada vez más y las fronteras se cierran a la circulación de mercancías, de capital y de personas. El turismo aspiracional desaparece, las cadenas de valor mundiales se resquebrajan, pero se abre cada vez más internet. Uno no se mueve, pero conoce cada vez más lo que pasa en todo el mundo. Nada le es indiferente. Y esto va a democratizar los accesos, porque va a llegar a todos los rincones del país. Es, por tanto, una sociedad en transición -en el sentido de Gramsci-, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo tarda en nacer. En esta transición de la subjetividad individualista, ha decrecido la importancia de la apariencia, se diluye la inmediatez, va muriendo el “lo quiero ya y ahora”, y se recupera lo colectivo. Los tiempos van cambiando. Aparece como necesaria la paciencia para soportar la cuarentena pero, tal vez, se requiera de una paciencia activa, porque considerar que solo guardándose se puede esperar, aguantar y llegar a la normalidad, puede ser exasperante. Se requiere un sentido para afrontar los miedos cotidianos, la desaparición de las rutinas, el subsistir, aprender algo y ayudar, si se puede.

Se va produciendo un quiebre con el sentido común anterior y en la cultura. La pandemia y el aislamiento forzado y protocolizado ha agudizado tendencias que ya estaban presentes antes de la aparición del Covid-19. La sociedad neoliberal, la sociedad del individuo, reforzaba la importancia de lo virtual en la vida cotidiana, la creciente absorción tanto en trabajo, ocio, distracciones, como en juegos e intercambios de información de las redes sociales. Esto influía en una sociedad disminuida, donde la comunicación no reemplaza la comunidad. “El rendimiento que exige el teletrabajo y en la pandemia termina de extremar esta sobre exigencia sobre sí mismo, diluir las fronteras de fines de semanas y feriados”[4]. Donde se pierde el principio de disociación entre la vida personal y la vida laboral, y donde las herramientas de trabajo también las pone el trabajador y no el empleador.

Los rituales -dice Byung-Chui Han Yui- “son acciones simbólicas que generan una comunidad sin necesidad de comunicación. Pero en las sociedades actuales abundaría más bien la comunicación sin comunidad. La lucha contra este, a su vez, da una posibilidad de un encuentro distinto”. Por lo tanto, señala que “Tenemos que inventar y recuperar nuevas formas de acción y juegos colectivos que se realice más allá del ego, el deseo y el consumo, y que creen comunidad. Hemos olvidado que la comunidad es fuente de felicidad. La libertad es la manifestación de una relación plena. Por tanto, también deberíamos redefinir la libertad a partir de la comunidad”[5]. Algunos rituales que ahora recordamos con nostalgia, o los que podamos crear en la lucha junto a otros, por la sobrevivencia, la solidaridad y la justicia.

La pandemia convierte a la sociedad presencial en otra totalmente virtual. No solo cambian los encuentros, rituales que desaparecen, sino que surgen sentimientos en este tiempo de pandemia impensados en otros tiempos, y hasta manifestados en todo aquel personal del sistema de salud que arriesga su propia vida por los demás, en las organizaciones sociales que también, en el afán de la ayudar y responder a las filas de pobres en busca de un plato de comida, se exponen con heroicidad al riesgo del virus. Estas respuestas a nuevas situaciones se constituyen en la reserva moral de nuestra sociedad, que parecía desaparecida, y que conjuntan la solidaridad y la fraternidad. Tal vez estemos ante una transición no solo de la subjetividad que fungía con el neoliberalismo, del modelo cultural, sino también con un cambio del modelo de acumulación y del orden mundial que el mismo había construido.

3. Hacia una nueva subjetividad

“Lo que entra en una crisis brutal es toda la noción del individualismo. Porque en esta pandemia, en términos tanto sanitarios como económico y sociales queda más claro que nunca que nadie se salva solo Entonces entre toda esta cuestión de los discursos neoliberales que hegemonizaban el mundo desde hacía varias décadas, cuatro podríamos decir (el comienzo de la finalización y la globalización neoliberal). En Argentina y otros países de América Latina hubo una clara interrupción de esa hegemonía de poco más de una década. Pero en términos globales, la hegemonía es una hegemonía neoliberal desde hace mucho tiempo desde los últimos 40 años. Y esta hegemonía entró ahora en crisis.
Alejandro Grimson (2020)

 

Este tiempo es un tiempo especial, una oportunidad para reflexionar sobre la racionalidad neoliberal que esta pandemia deja al desnudo, la ocasión para analizar las condiciones de posibilidad de una nueva lucha cultural y política que deberemos llevar adelante en la pos-pandemia si queremos volver mejores. Se trata de abrir una puerta de dominación que ha quedado entreabierta y develada. Tal vez, construir desde la acción esta idea de que formamos parte del mismo barco, que somos una comunidad amplia nacional, y no solo individuos sueltos en el mercado, que nadie se salva a sí mismo, y que dependemos de lo que le pasa al todo. Hay un desplazamiento aquí del individualismo internalizado profundamente por el neoliberalismo de Cambiemos a otra perspectiva de tipo comunitaria. Si el Estado no corrige las curvas de la enfermedad, y no se regenera un sistema de salud vaciado, estamos en riesgo.

También cambiaron los formatos de la política, y de la acción del Estado. Este actúa por misión y no por eficacia, no terceriza ni descentraliza, moviliza al conjunto de la sociedad sobre los mismos objetivos, a científicos, a empresarios, gremios, organizaciones sociales, fuerzas de seguridad y armadas, en un estilo más consultivo que decisionista del presidente. En el Estado activo, los hospitales se abren, las políticas públicas se dirigen tanto a los sectores más vulnerables y a defender empleo, como al salvataje de empresas. Es una política que busca más consensos y que se afirma en datos científicos y estadísticas más que en la psicopolítica o las fake-news.[6]

Tal vez, el darse cuenta y percibir más intensamente esa desigualdad creciente que se naturalizaba, y hasta en parte se aceptaba -de expoliación de lo público que se realizaba con impunidad por las elites, de vaciamiento de lo propio y robo del futuro de las próximas generaciones-, puede hacer a un redescubrimiento de la condición humana, de la relación con los demás y con la naturaleza. Dar un giro más fraterno y solidario. Y, probablemente, contribuya a generar otro sentido común, no ya colectivista, pero tampoco individualista. De mayor preocupación por los demás o, como Víctor Frankl señala, tanto el hombre y la mujer en búsqueda de sentido, que la crisis puede sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos. Que no son los condicionantes los que determinan ello, sino las actitudes que decidamos adoptar.

En esa nueva conciencia se ha puesto en vigencia la importancia de la solidaridad, de que nadie se salva solo. Se inaugura una ética de la solidaridad.  El presidente Alberto Fernández insiste en ello, “porque debe recuperar la sociedad en esta época. Donde la palabra solidaridad adquiere en este momento un valor inmenso. Cuando pensamos que alguien tenga un baño digno o que se construya una habitación más para vivir un poco más cómodos estamos volviendo ser solidarios”. En ese sentido es enorme el desafío de pensar ¿qué sociedad queremos cuando la pandemia termine? ¿Se tratará de una vuelta a la normalidad o a una normalidad distinta?

La paciencia activa es también un valor que sirve para todos aquellos que no forman parte de los decisores, pero significará actuar en la medida de lo posible, ayudar a resolver problemas propios y tratar de que ‘la nueva normalidad’ lleve a una sociedad mejor. Tanto las élites gobernantes como los ciudadanos de a pie tienen algo que decir al respecto. “Los primeros corren con ventaja: toman decisiones con el objetivo de marcar el territorio y condicionar al futuro. Los segundos, desparramados por el mundo y confinados al aislamiento individual, tienen la oportunidad de constatar que no están solos, que su fuerza reside en su cantidad y en su capacidad para comprender las razones de su desamparo. Esto no es poca cosa. Más allá de la pandemia y de sus secuelas de miedo y cuarentena, los ciudadanos de a pie tienen la oportunidad de conocer que son los más, que pueden transformarse en una fuerza social e imponer su impronta al mundo que viene.”[7] Ello no será fácil. Depende de la sociedad y, particularmente, del Estado, que la tarea del bien común consiga asumir la incertidumbre y la complejidad, y bajo ese enorme cono de sombras transformar el pánico irracional en un temor productivo y preventivo. Sobre todo, en la medida en que recupera centralidad su iniciativa por esencia, la de la capacidad de innovación y compromiso que se genere en este tiempo, pero ya sin apelar a la hiperpolitización o a la polarización, como fuera en los gobiernos anteriores, sino a la confianza y a la solidaridad -no a cerrar sino a desandar ‘la grieta’-.

También se requiere de unidad y alianzas -tanto locales como internacionales- contra las elites de la financierización en este momento crucial de reestructuración de la deuda externa. Estas elites que tienden a promover en algunos países una deriva fascista legitimadora -a lo Bolsonaro-, o a populismos de derecha -a lo Trump-. Frente a esta persistencia del modelo de financierización, desigualdad y destrucción de la naturaleza, empiezan a visibilizarse organizaciones, movimientos sociales y Estados que buscan preservar la salud, defender a los sectores vulnerables, y que generan una multiplicidad de políticas públicas para sostener el empleo y las empresas, para construir una sociedad distinta, más justa. Asimismo, surgen diversos grupos regionales, internacionales y eclesiales en búsqueda de una unidad para postular otro orden mundial distinto respecto de las deudas soberanas de los países pobres: de la eliminación de los paraísos fiscales; de promover la transición ecológica para evitar la destrucción de la naturaleza; de terminar con hambre; de la protección de los migrantes; de disminuir la rampante desigualdad. De declarar en diversos países y actores, junto a la OMS, a la vacuna contra el Covid-19 bajo un impulso más cooperativo que de ganancia para cuando surja, como bien común de la humanidad y no como descubrimiento y patente de un laboratorio o apropiada por un nacionalismo en particular. En ello se reafirma el momento de la solidaridad y de la cooperación multilateral que no hay que abandonar. En este sentido, ante ese neoliberalismo conservador en crisis hegemónica, está apareciendo una suerte de progresismo comunitario, y ello tanto a nivel nacional, regional como global.[8]

En este nuevo enfoque y rumbo estratégico se requiere una comunicación pública que se vincule con la nueva subjetividad. El contexto crítico actual será también de aprendizajes, y abre la posibilidad de implementar innovaciones y nuevos relatos. Nuevas rutas pueden abrirse, porque estos escenarios complejos y con nuevas incertidumbres, tan evidentes en la pandemia, no desaparecerán cuando esta concluya, forman parte ahora del mundo actual. Por eso, un Estado presente, eficiente en garantizar bienes públicos en estos tiempos, es un Estado con capacidades ambidiestras: de producir sentido público y gestionar políticas públicas de calidad e innovadoras.[9]

Para terminar, esta perspectiva esperanzadora del cambio en la subjetividad, del retroceso de la derecha neoliberal y del poder fáctico en general, sin embargo, tiene un final abierto. Depende en gran parte del gobierno, de cómo salga parada la Argentina en la reestructuración de la deuda, y de que comience a crecer la economía. A su vez, de que la sociedad perciba que esta nueva orientación tiene un rumbo afín con sus aspiraciones, que el futuro es con otros y otras, que es comunitario y no individual.  Lo cierto es que la pandemia y crisis mundial desnudaron un país frente a nosotros, un país desigual, con ocho millones de personas que se inscribieron en la IFE para recibir asistencia en medio de la cuarentena y que en su gran mayoría se encontraba fuera del sistema, desvinculados del Estado. Por eso, debemos construir una sociedad que integre a todos, no una que excluya. Una sociedad que de cuenta de que el otro existe. La pandemia y la crisis son creadores de una subjetividad distinta, tal vez generadoras de políticas y de una epopeya por una sociedad más justa, que nos.  Pero es una lucha, en todo caso, en que nada está asegurado, donde tal vez la única certeza que tengamos es que en el mundo ya nada va a ser igual.

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[1] Paula Canelo ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos, Siglo XXI, Buenos Aires, 2019

[2] Elites y captura del Estado, García Delgado, Ruiz del Ferrier, Beatriz Anchorena, FLACSO Buenos Aires, 2018

[3] Jose Natanson, Le Monde Diplomatique, mayo 2020.

[4] Op cit.

[5] La desaparición de los rituales, Una topología del presente, Herder, Barcelona, 2020

[6] En medio de la pandemia, con los planes IFE y ATP más créditos a monotributistas y autónomos el 89 % de los hogares, tiene por lo menos ahora un integrante que recibe ayuda estatal. Es la mayor cobertura de la historia contemporánea del país.

[7] Mónica Peralta Ramos, El Cohete a la Luna, mayo de 2020

[8] Ver Declaraciones del Grupo de Puebla conferencia por zoom, de dirigentes políticos de la región, mayo de 2020. De la constitución de la ‘Internacional Progresista’ a partir del instituto Sanderes que incluye prestigiosos intelectuales de diversas partes del mundo.

[9] El presidente de Pastoral Social Lugones, ha señalado que “esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos” y señala que, por lo tanto, se abre una “una oportunidad para preparar el mañana de todos” porque “sin una visión de conjunto nadie tendrá futuro”.