Imágenes y discursos de la diferencia en la escuela

Director: Carlos Skliar
Programa de investigadores independientes del CONICET
Financiamiento: CONICET
Investigación permanente
Inicio de la investigación: 2007

La cuestión de las diferencias ha ocupado un lugar de privilegio en la preocupación, comprensión y producción filosófica, cultural y antropológica, por lo menos desde las últimas dos décadas. A partir de la emergencia de algunas reflexiones provenientes de la Filosofía de la Diferencia[1], de los Estudios Culturales[2]y de ciertos enfoques de la antropología[3], se revela un conjunto de posibilidades para pensar la pluralidad, la diversidad y la multiplicidad no ya como algo peligroso o maléfico, no ya como algo que debe ser prohibido y/o apartado, sino como término relacional: las diferencias, así, comienzan a ser pensadas como diferencias en relación y no como atribuciones deterministas sobre ciertas características de sujetos o de grupos de sujetos.

Sin embargo, la interpretación dominante de la diferencia, continúa presentando la condición plural y múltiple de lo humano como una catástrofe que habría que remediar. De ahí la inveterada tendencia a pensar la política, la sociedad, la cultura o el lenguaje de modo homogéneo y altamente problemático: lamentablemente vivimos entre diferencias y, se nos dice, nuestra tarea consiste ahora en rehacer cierta unidad o, por lo menos, administrar la diversidad siempre desde el punto de vista del provecho del Capital y del orden del Estado. Habría que recomponer la pluralidad y no la libertad desde la perspectiva de una ligera enunciación que repita, sin pasión, todos los nombres de la alteridad. Habría que restablecer, apaciguar los conflictos territoriales y culturales, pero no celebrar las diferencias. Lo que se nos pide es, en síntesis, reunirnos apaciblemente, convocar toda la alteridad posible, aunque más no sea para dosificar las voces disonantes y gobernar los silencios desgarradores[4].

Las palabras actuales, mágicas y ambiguas, cada una de ellas con su parte de verdad y su parte de manipulación, son democracia, comunidad, cohesión, diálogo y otras palabras a ellas relacionadas como tolerancia, aceptación, inclusión, reconocimiento de los derechos del otro, etc. La palabra “diversidad” (pero no “diferencia”) ha sido impuesta por el discurso político, cultural, educativo y empresarial. “Diversidad” es, al mismo tiempo, todo y nada; una marca, un consumo, la obsesiva afirmación de las leyes y la excesiva ignorancia de los sentidos; es la mímica de la alteridad, de aquello que debe tener un nombre para ser excluido o incluido y luego, otra vez,  ignorado. Enunciar la “diversidad” para, de ese modo, ocultar la radicalidad que suponen las diferencias.

Da la sensación de que lo importante es continuar administrando las fronteras entre el ser o no ser, el poseer o no poseer, el saber o el no saber. Da la impresión de que de lo que se trata es de gobernar la diferencia identificándola y de tratar  integrar a todos en un mundo plural y a la vez globalizado. Da la impresión de que lo que está en juego es, sobre todo,  imponer la imposibilidad de la diferencia -aunque, como quería Derrida[5], la diferencia produce aquello que niega, y hace posible todo aquello que hace, a la vez, imposible-.

¿Cómo estos discursos han operado en el campo de la educación? ¿Qué tipo de preocupaciones se han planteado en torno de las diferencias en la escuela, sobre todo a partir de los discursos acerca de la Escuela para Todos y/o la Escuela integradora – inclusiva, dominantes desde la década de los ’80 del siglo pasado?

Numerosos textos, documentos oficiales, discursos especializados y dispositivos técnicos han anunciado un viraje educativo desde la hegemonía hacia la diversidad. En ese pasaje, se dice, hay una profunda renovación de las prácticas escolares, básicamente producto del cambio de enfoque que pone en juego no ya el aprendizaje, la lengua, el cuerpo y el comportamiento únicos, sino la multiplicidad y la diferenciación de “formas de estar en el mundo escolar”[6].

Sin embargo cabe la duda de pensar si lo que está en juego sea más bien una nueva retórica, matizada eso sí por una serie de eufemismos como el respeto, la tolerancia, la aceptación del otro, pero de cuyas raíces y sentidos todavía debemos poner bajo sospecha[7].

En primer lugar porque la educación no parece preocupada con las diferencias sino con aquello que podríamos denominar como una cierta obsesión por los “diferentes”, por los “extraños”, o tal vez en otro sentido, por “los anormales”. El hecho de traducir algunas de las diferencias como “sujetos diferentes” vuelve a posicionar esas marcas como opuestas y negativas a la idea de la “norma”, de lo “normal” y, entonces, de lo “correcto”, lo “positivo”, lo “mejor”, etc. Se establece, así, un proceso de “diferencialismo” que consiste en separar, en distinguir de la diferencia algunas marcas a las que podríamos denominar como “diferentes” y de hacerlo siempre a partir de una connotación peyorativa y subalterna. Y es ese diferencialismo el que hace que, por ejemplo, la mujer sea considerada el problema en la diferencia de género, que el negro sea considerado el problema en la diferencia racial, que el niño o el anciano sean considerados el problema de la diferencia de edad, que el joven sea el problema en la diferencia de generación, que el sordo sea el problema en la diferencia de lengua, etc.[8]

La preocupación por las diferencias en la escuela puede haberse transformado, así, en una obsesión por los diferentes[9]. Y cabe sospechar de esa modalidad de traducción pedagógica que se obstina desde siempre en señalar quienes son los “diferentes”, banalizando al mismo tiempo las diferencias.

Y no parece que se trate ahora, como muchos proyectos de formación docente así lo entienden, de articular y de forzar una didáctica de la relación con el otro[10], una suerte de enseñanza formal acerca de cómo sería posible aproximarnos al otro y/o aproximar el otro hacia nosotros, sino más bien de comprender el contexto de emergencia de las imágenes/discursos en el ámbito escolar.

 

 


[1] Por ejemplo en algunos de los trabajos más conocidos y divulgados de Emmanuel Lèvinas, Gilles Deleuze y Jacques Derrida.

[2] Principalmente en los trabajos de Hommii Bhabha reunidos en el libro “El local de la cultura” (Buenos Aires, Editorial Manantial, 2001) y en aquellos de Stuart Hall y Paul de Gay (por ejemplo en el libro por ellos compilado: “Cuestiones de identidad cultural”, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2003).

[3] Véase, por ejemplo, Marc Augé “El sentido de los otros”. Buenos Aires, Editorial Paidós, 2000.

[4] Véase, por ejemplo, Jorge Larrosa & Carlos Skliar “Habitantes de Babel. Política y poética de la diferencia”. Barcelona: Editorial Laertes, 2001.

[5] Jacques Derrida “El monolingüismo del Otro. O la prótesis del origen”. Buenos Aires: Editorial Manantial, 2000).

[6] Véase, por ejemplo, Carlos Skliar “A materialidade da morte e o eufemismo da tolerância. Duas faces, dentre as milhões de faces desse monstro (humano) chamado racismo”. En Silvio Gallo & Regina de Souza (Orgs.) A Educaçao do preconceito. São Paulo, 2004.

[7] Véase en ese sentido, por ejemplo, Nuria Perez de Lara en “La capacidad de ser sujeto”. Barcelona: Editorial Laertes, 2000; y en Carmen García Pastor “Educación y diversidad”. Málaga: Ediciones El Aljibe, 2005.

[8] Véase, por ejemplo, Carlos Skliar “¿Y si el otro no estuviera ahí? Notas para una pedagogía (improbable) de la diferencia”. Buenos Aires: Miño y Dávila, 2002.

[9] Véase, por ejemplo, Carlos Skliar: “Poner en tela de juicio la normalidad, no la anormalidad. Argumentos y falta de argumentos con relación a las diferencias en educación”. En: La construcción social de la anormalidad. Alteridades, diferencias y diversidad. Ana Rosato y Pablo Vain (coordinadores). Colección Ensayos y Experiencias, Tomo 59.  Novedades Educativas. Julio de 2005.

[10] Véase Carlos Skliar y Graciela Frigerio, “Huellas de Derrida. Ensayos pedagógicos no solicitados”. Buenos Aires: del Estante Editorial, 2005.