De los medios a las mediaciones… Reloaded

Por Verónica Tobeña, investigadora del Programa Educación, Conocimiento y Sociedad (ECyS)/Área Educación de la FLACSO Argentina, IICSAL/CONICET.
Publicado en la Bitácora Educativa del Programa ECyS, 27 de junio de 2021.
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El pasado sábado 12 de junio falleció a los 83 años Jesús Martín Barbero. Barbero fue un referente del campo de la comunicación y un analista de la cultura de trascendencia mundial.

Tengo estudios de grado en Comunicación Social y si hay un autor que nunca dejé de visitar y de usar para pensar es a él. Es un faro para quienes nos formamos en ese campo de estudio y nos convoca la reflexión sobre las identidades culturales. Cuando cursé la carrera, en la década del noventa, la Comunicación como campo de estudio solía ningunearse por colegas de otras ciencias sociales por carecer de objeto: “la comunicación no es una disciplina”, me soltaban algunos. O, “ah, como no sabías que estudiar te anotaste en comunicación”, afirmaban con desdén otros. La lectura de De los medios a las mediaciones: comunicación, cultura, hegemonía (1987) llegó enseguida paralevantarme la autoestima y ofrecerme un ángulo desde el cual mirar el problema que hacía de la supuesta debilidad de mi campo de estudio una virtud. Ese libro me permitió dejar de pensarme como huérfana de disciplina para abrazar una perspectiva de pensamiento libre de los corset que delimitan el conocimiento y desobediente de los visados que imponen quienes alambran los saberes. Porque lo que este maestro nos enseñó con esa obra es una forma de mover nuestra mente, una forma de pensar comprometida con las derivas impredecibles y siempre contingentes de la realidad que se buscaba captar, antes que con el objeto empírico que nos fue asignado por la compartimentación epistemológica moderna. Por eso De los medios a las mediaciones. Ese libro nos decía a los comunicólogos que nuestro objeto no se agotaba en los medios, que nuestro análisis no debía circunscribirse a los signos puros y duros, sino que debía abarcar a la materia significante más sutil que media toda comunicación; nos decía que era necesario analizar el hecho comunicativo a la luz de las condiciones que intervienen en la codificación y en la decodificación. La lección más contundente que nos daba allí el autor es que en el estudio de los medios no concluye la misión de las ciencias de la comunicación, que el análisis de sus mensajes no proporciona por sí mismo la clave de los ecos que estos tienen en sus destinatarios. Para salir de esta lectura determinista de los medios Jesús Martín Barbero acentuó la importancia de la pertenencia cultural como mediación clave para la recepción/interpretación del mundo y consecuentemente contribuyó a potenciar una nueva manera de mirar a los medios y con ello, una estrategia para mantener ligado el estudio de la comunicación en su intersección con la cultura.

Barbero supo encuadrar la educación bajo el influjo de esta lente y, puesto a pensar en el hecho pedagógico, el perímetro de ese campo de estudio quedó delimitado por la cultura escolar en su encuentro con las culturas de las infancias y las juventudes, y el marco contemporáneo que hace de suelo para ese vínculo. No falto a la verdad si afirmo que mi línea de investigación, ahora que mi objeto de reflexión es la educación, sigue siendo deudora de su influencia. Aunque el psicoanálisis se empeñe en suscribir lo contrario mi instinto no fue el del parricidio. No he podido matar a mi padre. Es que su punto de vista para construir “la cuestión educativa” ya era mío por formación profesional y mi tema fue desde el principio el que es hoy: educación y cambio cultural.

También el prisma que construí para abordarlo se lo debo a Barbero, no solo porque buena parte de mi arsenal conceptual abreva en perlas desperdigadas en sus libros, sus artículos, conferencias y cuanto material suyo he podido devorar en YouTube. Sino también porque gracias a él entraron en mi radar Pulgarcita de Michel Serres, Los bárbaros de Alessandro Baricco, el concepto de interfaz y el de las tecnologías digitales como una forma de la inteligencia -que reconstruye a partir de la figura de Alan Turing-, y desempolvé por su mediación la idea de culturas pre-figurativas de Margaret Mead y ponderé el valor de las teorías del caos y la complejidad, de las que alertó para señalar la incompatibilidad de este enfoque epistemológico con el del enciclopedismo que organiza el saber escolar.

Todavía puedo evocar la sensación física con que experimenté el click mental que me suscitó la provocación con que nos interpeló a quienes asistimos a la conferencia magistral que brindó en el auditorio de la OEI de la Ciudad de Buenos Aires en el 2015. Promediando su alocución y con la elocuencia y la simpleza con la que se expresan las mentes brillantes, lanzó: “¡Bienvenidos al caos! ¡Bienvenidos de vuelta al caos! ¿Ustedes creen que estamos condenados al progreso y que el progreso está siempre adelante? ¿No se dan cuenta que el progreso es la idea de la providencia camuflada en una retórica laica y cientificista? ¿Creen que la realidad se capta diseccionándola, asignándole a cada disciplina su parte y reconstruyendo luego el todo como un rompecabezas? La realidad está tejida junta y sus lógicas no se subordinan a las de la racionalidad moderna. Por eso: bienvenidos de vuelta al caos. Abracen el caos, no busquen neutralizar la diversidad, porque esa es la naturaleza del mundo y sólo podremos captarla con un pensamiento holístico, con lentes todo terreno, es decir, desde la multidisciplinariedad”.

Esa noche cuando volví de su conferencia googlée al autor que más había citado, entonces ignoto para mí: el filósofo francés Michel Serres. Encontré una conferencia titulada Las nuevas tecnologías, revolución cultural y cognitiva, y todavía ávida por prolongar (¿o debería decir contener?) el tsunami intelectual que me había suscitado la interpelación a abrazar el caos, pulsé play. Conocer a Serres fue un parte aguas en mi manera de pensar el proyecto formativo que le corresponde a la escuela en el contexto de la era digital. Decía Serres: “Hoy, que a través de nuestros teléfonos accedemos a cualquier saber, a cualquier persona, a cualquier lugar, no necesitamos cultivar la memoria y la reproducción mimética del saber consagrado. Hoy pensar es sinónimo de inventar. Las tecnologías digitales nos conminan a ser inteligentes”. Voilà.

¿No era este un formidable programa de trabajo para la escuela a la altura de las formas de pensamiento no lineal en las que hay que entrenar a las nuevas generaciones para habitar el caos? Seguro hay algo de nostalgia en mi evocación a Serres y a Barbero ahora que los perdimos a ambos y atravesamos esta realidad tan angustiante que es la pandemia (Serres se fue el 1ro de junio de 2019). Pero estoy segura de que estas circunstancias serían menos penosas si los hubiéramos escuchado con más atención.

Hay quienes piensan que es justamente al revés. Que autores como Martín Barbero, Michel Serres, Alessandro Baricco, con su mirada celebratoria de las TIC y el humanismo aumentado que de ellas derivan, nos han llevado a olvidar las desigualdades y aquellas diferencias culturales que no se zanjan con la democratización de la información y el acceso masivo a la cultura que se les atribuye a los medios digitales. Quienes piensan así creen que esta mirada peca de solucionismo tecnológico. Y lo que está pasando con la educación en ausencia de presencialidad parece darles la razón. Los supuestos “nativos digitales” no logran aprender pantalla mediante y la experiencia educativa se degrada profundamente en la modalidad virtual.

Sin embargo, creo que si juzgamos con este enfoque la precariedad en la que ha sumido a la educación la imposibilidad de volver a las aulas es porque no hemos terminado de entender la lección que nos diera Barbero en su obra fundamental. La clave no está en los medios (las tecnologías digitales) sino en las mediaciones (la cultura digital). Dicho de otro modo: el sistema educativo argentino no se pone a tono con la era digital porque de la noche a la mañana se muda al terreno digital. Lo hará cuando trabaje sobre los desplazamientos pedagógicos que le exigen las nuevas maneras de hacer mundo que promueve el recambio tecnológico y las formas de vida tecnológicas que se despliegan ahora que la existencia rebota, como dice Baricco en The Game, entre el mundo físico y el ultramundo digital.

¿Alcanza con esto para abordar la desigualdad educativa? Claro que no. Para argumentar en este sentido podemos abrevar, no ya en los estudios de la comunicación sino en la sociología de la educación de vertiente crítica de los años sesenta y setenta. Aunque cabe subrayar que su aporte es totalmente compatible con cargar las tintas en las mediaciones al que estimulaba Jesús Martin Barbero. Porque cuando Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron en su obra La Reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza (1970) y Basil Bernstein en Clases, códigos y control (1971) convergen en que el elemento que sostiene la selección escolar negativa para los sectores populares es la cultura ilustrada y los códigos sociolingüísticos que caracterizan a las instituciones educativas, están en definitiva sopesando el resultado del encuentro de la cultura escolar con la cultura de sus alumnos, es decir, con sus habitus de clase en tanto mediaciones clave para la recepción/interpretación del arbitrario cultural de la escuela. A pesar de que estas investigaciones ofrecían evidencia empírica a favor de la idea de que la discriminación que ejerce la escuela hacia los sectores socialmente desfaventajados reside en la naturaleza abstracta del conocimiento que circula por ella como en el tipo de relación con el saber que se promueve en sus aulas, afin al capital cultural de los sectores medios y altos y ajeno a los que se ubican en la base de la escala social, sus aportes no fueron debidamente apreciados.

El domingo pasado cuando me enteré de la muerte de Jesús Martín Barbero compartí la triste noticia con colegas de un equipo de investigación que conformamos en el 2020, en pandemia. Con ellos me reúno semana por medio para pensar juntos temas que hacen a la educación y el cambio cultural, con foco especial en el uso que hacen de YouTube los jóvenes para aprender y al fenómeno de los EduTubers. Nunca nos vimos personalmente, no nos conocemos por fuera del entorno virtual. Nuestro vínculo es hijo de esas nuevas formas de estar juntos que habilitan las TIC y de las que nos hablaba Jesús Martín Barbero. Uno de mis colegas compartió estas palabras que le pertenecieron para recordarlo:

“Yo soy uno de los seres humanos que no oculta que cuando investiga, investiga lo que le da esperanza. Yo no investigo para masturbarme y menos para suicidarme. Yo investigo para buscar qué es lo que me da energías para seguir creyendo que este mundo es cambiable, porque sino me pego un tiro”.

Suscribo a cada una de las palabras de mi maestro. Y me pregunto: ¿para qué investigamos nosotros sino es para producir el conocimiento sobre la realidad que nos ayudará a cambiarla? ¿Cuándo vamos a poner a jugar las teorías que explican los problemas de la educación que tenemos, para empezar a construir la educación que queremos?

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*Esta nota fue publicada por la Revista Ñ digital el domingo 20 de junio de 2021, en el siguiente link: https://www.clarin.com/revista-enie/jesus-martin-barbero-investigaba-creer-mundo-cambiable-_0_1Ueg16JvH.html