Geopolítica, Pospandemia y Reconstrucción. Parte 1

Daniel García Delgado, director del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina, analiza las tendencias actuales en la geopolítica mundial para esbozar un rol posible para la Argentina.
Publicado en octubre de 2021.
Sitio web del Área EyPP, Sección Papeles de coyuntura.
http://politicaspublicas.flacso.org.ar/


Geopolítica, Pospandemia y Reconstrucción
Parte 1: Un mundo amenazado.

Introducción

Contar con una geopolítica en este momento especial de la Argentina, es necesario para recuperar una visión amplia y estratégica de mediano y largo plazo, que dé cuenta de los cambios que se están produciendo en el mundo y en la región. Tal vez la pregunta central de este análisis sea, si en este  contexto incierto y turbulento, la Argentina logrará evitar riesgos, aprovechar las oportunidades para generar un modelo de desarrollo sostenible, lograr un sueño emancipador, o repetirse y volver a reproducir el ciclo de subordinación, empobrecimiento  y elitismo.

Paradojalmente, esta visión se necesita en un mundo que es de alta incertidumbre y complejidad, pero donde el dato saliente es la crisis de hegemonía occidental, anglo, de más de dos siglos y el surgimiento de nuevos poderes globales. La pandemia puso en cuestión un contexto de hiperglobalización que se inició con el Consenso de Washington y la gobernanza del G7, la caída del muro ya desde los ‘60. La continuidad de una crisis irresuelta del capitalismo neoliberal desde el 2008, donde están en cuestionamiento los organismos de Bretton Woods, el comercio internacional, la desglobalización iniciada con el Brexit y continuada luego por Trump.

Asistimos a la crisis del modelo de globalización unipolar imperial, y en ese nuevo contexto hay una disputa intensa entre dos proyectos diferentes, tanto de formas de acumulación y distribución capitalistas, como de valores e instituciones. Uno, el de los EEUU, más influido por el poder corporativo sobre su sistema político democrático,  de cultura más individualista y de reglas, orientado en su política exterior al control, la instalación de bases en todo el mundo,  la acumulación por desposesión, y a una fuerte supremacía cultural y financiera. El otro, el de China, de orientación cultural más colectiva, que es fuerte en la orientación política de la economía,  en producción industrial, infraestructura y conectividad. En ese sentido China parece buscar un orden asociativo distinto al orden liberal vigente, conformado por un orden económico abierto, un orden político relativamente más igualitario y un enfoque cooperativo en materia de desarrollo y seguridad. Un mundo menos asimétrico. Y, a diferencia de la guerra fría de EEUU con la ex Unión Soviética, Beijing no busca extender la revolución o subvertir otros sistemas políticos o influir ideológica y comunicacionalmente.  Su presencia es esencialmente económica-comercial y sus instrumentos son básicamente financieros, como su iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB) o acuerdos comerciales como la Asociación económica Integral Regional (RCEP) o el anunciado acuerdo de libre comercio con Uruguay. [1]

Primera tendencia: Entre la multipolaridad y el intento de volver a la hegemonía anterior

En efecto, este avance de China, se evidenció en la primera década de este siglo -en particular el crecimiento exponencial comercial e inversor de China, la creación de las Brics y el empuje de los emergentes en la primera década de este siglo. Luego se potencia su importancia con la crisis financiera de 2008 generada por las hipotecas subprime, y la necesidad de configurar una nueva institucionalidad que abarcara a la mayoría los países importantes del mundo para resolver la crisis, el G-20, ya que el G-7 era insuficiente para hacerlo. Luego de casi una década en que Occidente creció a tasas bajas, China siguió su ritmo expansivo, y sobre la pospandemia se calcula que tres o cuatro años más el PBI de China será igual o mayor que el de EEUU, y ya encara un proyecto de autonomía tecnológica. Es decir, en estos años se termina el momento en que el mundo era decisión de unos pocos países de Occidente desarrollados y liderados por los EEUU.

Esto obviamente no es del todo aceptado por la anterior potencia hegemónica, y si bien ya se habían generado políticas de contención de China por Obama con países aliados; más tarde con sanciones comerciales de Trump a empresas chinas; ahora la política exterior de Biden es más agresiva en términos no solo diplomáticos, comerciales,  sino armamentísticos, mostrando que el mundo anglo y sus aliados -que había dominado los últimos dos siglos el mundo-, se resiste a hacerlo pese a su declinación. En cierta forma ocurre lo mismo que se conoce como ‘la trampa de Tucídades’ de la antigua Grecia, donde Esparta ante el crecimiento de Atenas decide atacarla antes de que se vuelva más grande e imparable.

El sueño americano con el advenimiento de Biden es ahora el de “América is back again”, que significa buscar recuperar liderazgo global y supremacía militar, que se trasunta en configurar una alianza militar entre Gran Bretaña, Australia y EEUU, el KUKUS que empieza por dotar submarinos nucleares para Australia. Sigue con generar una política de contención diplomática y acuerdos políticos con la India, Japón y dotar de armamentos a Taiwán, isla que la China popular considera como parte suya e irredenta.  En cierta forma, el consenso bipartidista más fuerte en EEUU es precisamente esta perspectiva antagónica a China, que asimismo vincula el deep state con el complejo militar industrial. Sin embargo, este giro hacia Asia y a la región del Indico-Pacífico en estos términos confrontativos genera riesgos de provocar conflictos bélicos, aumentar gastos armamentísticos y generar una incertidumbre ampliada.  Tal vez no promueva una guerra abierta, pero sí son posibles conflictos militares puntuales en el Mar de la China y Taiwán, o quizás en la frontera de China con la India. Lo cierto es que la retirada de la Nato de Afganistán ha modificado la geopolítica del corazón de Asia. De manera que de forma menos abierta pero posiblemente más importante, China ha estado trabajando para sacar lo mejor de una situación delicada. Los chinos han invertido $ 62 mil millones en el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), el proyecto más grande de su Iniciativa Transnacional de la Franja y la Ruta, y están ansiosos de que los extremistas talibanes no lo pongan en peligro. En cierta forma China tiene un rol transformador y estabilizador de la región y de la economía mundial.

Por otro lado, ‘el sueño Chino’ apunta a alcanzar en unos años la autonomía tecnológica, salir de las humillaciones coloniales del siglo XIX, y realizar un giro hacia la gran masa continental central de Asia. Es decir, ya no va hacia el oeste y hacia la modernización de sus sistemas y hacia EEUU como aliado -como fuera en la época del acuerdo  Deng-Nixon (1971)-, sino que ante esta tensión creciente se dirige ahora hacia el este, hacia la región menos desarrollada de China, hacia el corazón de Asia, queriendo llegar atravesando Eurasia hasta la UE, con el proyecto BRI de cooperación múltiple sintetizado en la ‘Franja y la Ruta’. El nuevo líder Ying Ping, busca evitar por un lado las hipótesis de conflicto, y por otro, trata de bajar la contaminación climática de su modelo industrial y al mismo tiempo tratar de superar la crisis energética actual.

Estas tendencias llevan a una multilateralidad débil para la resolución de problemas globales, sin órganos de aplicación de decisiones conjuntas. Asimismo, se inicia una polarización ideológica mediática de parte de occidente, entre democracias que defienden los derechos humanos -que serían EEUU y los países occidentales desarrollados- vs. las ‘autocracias electivas’ -particularmente señaladas en China y Rusia-, lo cual tiende a polarizar al mundo como en la anterior guerra fría, y promover situaciones de chantaje a países en desarrollo.

Segunda tendencia: el giro a Asia de E.E.U.U. y el resquebrajamiento de la Alianza Atlantista

Este giro a Asia de EEUU y la toma de decisiones unilaterales respecto de sus aliados clásicos desde la segunda guerra mundial, genera malestar en la UE y lleva a preguntarse sobre cómo salir de una vinculación subordinada a los EEUU, que en principio consideraban favorable en términos de la primera guerra fría. Pero luego fue el Brexit, y ahora con el KUKUS los que serían la misma moneda de la estrategia anglo autónoma, lo que  promueve iniciativas en Francia -sobre todo luego del retiro de Merkel de la dirección de Alemania- para intentar conformar una UE  como actor que pueda conformar una defensa europea autónoma. Macron, en ese sentido, ya ha hablado de “salir de la ingenuidad”, de seguir haciendo un seguidismo de aliados sin contraprestación alguna. Al mismo tiempo, pesan las humillaciones de Trump contra la UE, en la ruptura del pacto nuclear con Irán; y luego, la de Biden, de rever la venta de submarinos franceses por americanos de carácter nuclear.

Asimismo, la UE está en una situación social, cultural y política conflictiva, también allí la desigualdad y precarización han aumentado. Esto se expresa en el referéndum en Berlín, por expropiar inmuebles para todos aquellos que no pueden pagarlos. En España, donde el gobierno socialista prepara un paquete de medidas para limitar los precios de los alquileres y la construcción de viviendas sociales. A su vez, la gestión de la crisis energética amenaza con enfrentar a los países del sur, este y centro de Europa con los países del norte. La velocidad y el alcance de la transición energética están en juego.

Como señala Francois Dubet, “en la UE se está en una época de pasiones tristes y de creciente derechización, donde con el pretexto de liberarse del discurso bien pensante y de lo políticamente correcto se puede acusar, denunciar, odiar a los poderosos o a los débiles, los muy ricos o a los muy pobres y desempleados, los extranjeros, los refugiados, los intelectuales, los expertos. Apenas más veladamente se desconfía de la democracia representativa, acusada de incapaz y corrupta de estar lejos del pueblo, sometida a los lobbies y que lleva por las riendas a Europa por las finanzas internacionales. Iras y acusaciones que tiempo atrás pasaban por indignas, tienen ahora carta de ciudadanía. Invaden internet. Y en gran cantidad de países se encuentran expresiones políticas de los nacionalismos y populismos autoritarios”. [2]

Tercera tendencia: la América Latina como región en disputa e insumisa

Se podría decir que la región en los últimos años está en el centro de la disputa entre estas dos grandes potencias. Tanto de los intereses de E.E.U.U. de sacar en todo lo posible a China de América Latina y, a la vez, el hecho de que China ya es el segundo socio comercial de la mayoría de los países. Pero el segundo consenso bipartidista en E.E.U.U., no explicitado, es mantener controlada y fragmentada América Latina como “patio trasero”, e impedir toda iniciativa de integración regional con rasgos de autonomía. La geopolítica del lawfare para descolocar gobiernos progresistas y de izquierda y perseguir líderes indeseables (la geopolítica de Nisman,  la causa memorándum para enjuiciar  a la Presidente CFK, o el lavajato para encarcelar a Lula, o a Correa y Evo Morales), como así también y posteriormente iniciar la geopolítica de las vacunas en defensa de la supremacía de las  producidas por Pfizer, son todas formas continuas e incesantes de controlar y debilitar los intentos de autonomía de los países del sur por parte de la potencia hegemónica y sus aliados más directos – Gran Bretaña, Israel y los Emiratos Árabes Unidos-.

En medio de esta disputa está el surgimiento de una nueva ola progresiva de países como México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile, que parece reemplazar al neoliberalismo tardío e iniciar un nuevo ciclo de cambios en otro sentido, de más Estado, más gasto público y social. Y de no confrontación con EEUU, tomar una suerte de distante equilibrio.

América Latina aparece configurando luchas populares, insurrecciones de la sociedad civil democratizadoras, que denominamos la América Latina insumisa. En donde, además de los países anteriormente nombrados, Chile entra en un proceso de transición de un neoliberalismo de tres décadas y conformación de una nueva constitución post-autoritaria, y asimismo la presencia de movilizaciones populares en diversos países contra gobiernos elitistas para pedir modificaciones drásticas de sus políticas económicas. La movilización en Colombia, Ecuador y también las que buscan cuestionar a Bolsonaro en Brasil, tanto por un impeachment o por armar una coalición democrática lo suficientemente amplia como para derrotarlo en las elecciones del 2022.

Al mismo tiempo, frente a esta segunda ola, se genera una tensión muy fuerte con las elites latinoamericanas en búsqueda de una regresión hacia un neoliberalismo que no puede satisfacer ya las demandas de sus sociedades y se vuelve cada vez más a la derecha, neofascista y antipolítica. La región carece de instituciones para impulsar el proceso de integración, como fuera en la primera década y media del siglo, por una fragmentación iniciada con la disolución de la UNASUR por el neoliberalismo tardío. Y también faltan instituciones financieras, como la pérdida de bancos multilaterales con liderazgos propios, como era antes el BID; junto a la sombra de la  OEA que coordina las acciones de los organismos de inteligencia y seguridad de Estados Unidos para intervenir en Venezuela, pero sin decir ni actuar en países como Colombia donde se matan 54 activistas sociales por año.

Así, hay gobiernos democráticos progresistas de segunda ola amenazados por coaliciones de derecha que también buscan erosionar procesos de integración regional que llevan varias décadas de duración, de 30 años como es el Mercosur. En ese sentido, Bolsonaro, así como el Presidente de Uruguay Lacalle Pou, apuntan a una desaparición del Arancel Externo Común  (AEC) del Mercosur, que es lo que posibilita la Unión Aduanera sancionada en el tratado de Asunción y que protege sus industrias de la competencia extranjera, o peor aún, que los miembros puedan negociar por sí solos tratados de libre comercio, como pretende el Uruguay de la coalición de derecha de Lacalle Pou.

Esto para Argentina es tensionante y dilemático, porque preservar el Mercosur como Unión Aduanera es clave para garantizar su proceso de industrialización, su propio proyecto político nacional, ya que Brasil es el país al que le vendemos nuestros productos con mayor valor agregado. Y Brasil, asimismo, en caso de cambiar su liderazgo actual, es clave por su tamaño y escala para consolidar un proceso distinto en la región frente a la actual fragmentación.

En ese sentido, podemos decir que estamos en un momento de transición, tanto en lo interno, regional, como global, donde un mundo del capitalismo neoliberal, de financierización, concentrado y elitista tarda en declinar, y otro, el modelo progresista sostenible, productivo, con valor agregado, tarda en surgir. En este difícil escenario nos toca tener la capacidad estratégica de ubicarnos en esta transición de la mejor forma posible, para que la misma no sea una amenaza de mayor subordinación, sino una oportunidad para que el país y la región puedan dar un salto de calidad en autonomía  y unidad. En todo caso, para poder romper el techo de cristal que impide un desarrollo con distribución del ingreso y las ataduras que reproducen la desigualdad y la subordinación.

[1] Ricardo Arredondo, Aviones sobre la isla para asegurar el frente interno. Aukus, el rearme chino y la proliferación nuclear, en Perfil, 10-10.21, pag. 36

[2] Francois Dubet, La época de las pasiones Tristes. De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y al resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor. Siglo XXI, Buenos Aires, 2020