La forma escolar desbordada…

Por Mariana Nobile, investigadora del Programa Educación, Conocimiento y Sociedad (ECyS) del Área de Educación de la FLACSO Argentina.
Publicado en https://www.ecys.flacso.org.ar, 9 de junio 2020.

Hace ya más de 10 años que las discusiones sobre el formato escolar se instalaron en el campo de la investigación socioeducativa argentina. Ciertos rasgos de la organización de las instituciones educativas fueron discutidos reiteradamente: las fronteras entre el adentro y el afuera escolar, la presencialidad, las formas de agrupamiento de los estudiantes, la clasificación del curriculum, el establecimiento de un tiempo y un espacio específico para la realización del “trabajo sobre los otros” del cual nos hablaba Dubet.

Resulta extraño que la pandemia puso frente a nuestros ojos una nueva mirada acerca de esas discusiones en torno al formato escolar. Hoy más que nunca podemos decir que esa “forma escolar” que caracterizaron Vincent, Thin y Lahire, en tanto forma de socialización escolar que emerge en la modernidad y se expande más allá de los límites físicos del edificio escolar, irrumpe de modo dispar, a veces con periodicidad aleatoria y sin duda en condiciones desiguales, en la cotidianeidad hogareña a partir de la virtualización compulsiva que genera la suspensión abrupta de la asistencia a clases.

El espacio y el tiempo se alteran. Ese adentro/afuera que marcaba una dinámica recortada de la vida mundana y establecía un tiempo y espacio para ser estudiantes y ejercer el trabajo docente se desdibuja en tiempos de coronavirus. Esa frontera escolar que se había vuelto permeable y que tantas veces pensamos en redefinirla, incluso en derribarla, hoy la necesitamos para ordenar nuestra vida cotidiana, para que haya algo de continuidad en esta discontinuidad abrupta. Incluso la estamos necesitando para garantizar un piso común en la escolaridad, ansiándola para poder ser, al menos por un rato, exclusivamente estudiantes y docentes.

Hoy el “afuera” de la escuela es ese adentro al cual estamos confinados, nuestro mundo físico se reduce y los grados de apertura hacia el espacio público en forma presencial son mínimos, y lo son especialmente para los niñxs y adolescentes.

La forma escolar se expande… pero teñida de imposición. Para algunxs, resulta el tiempo del aburrimiento, de la lentitud, del tedio…y en el mejor de los casos, la posibilidad de un tiempo para explorar cosas nuevas. Para otrxs, constituye la aceleración de los tiempos, la intensificación de las tareas. Más que nunca añoran ir a la escuela lxs docentes, especialmente las docentes mujeres y madres, que sufrimos la sobrecarga que la persistente división sexual del trabajo nos impone y que hacen recrudecer las desigualdades de género en el hogar. Hoy nos encontramos ante el desafío de construir un paréntesis de la cotidianidad doméstica y las tareas de cuidado para garantizar nuestro ejercicio profesional -con la ansiedad que conlleva la posibilidad de no poder alcanzarlo.

Sin duda, este tiempo de confinamiento se ha expresado en distintas etapas en lo que a lo escolar se refiere. La vorágine inicial, el acelere de las instituciones y sus equipos docentes para garantizar la continuidad de lo que la escuela día a día les da a los estudiantes, le demandó a maestrxs y profesores el aprendizaje en tiempo récord del uso de distintas herramientas tecnológicas. Pero ¿qué es eso que les da la escuela a los estudiantes? “Deberes”, sobrecarga de tareas, obligaciones, acumulación… a veces como un torbellino al que muchos estudiantes -y sus familias- no le encuentran mucho sentido… (las animaciones de Gente Rota lo grafican claramente). A la vez, la clasificación del curriculum, especialmente en el secundario, es otro rasgo de la forma escolar que persiste y colabora en esa sensación de imposición. Vuelve a reforzarse esa imagen acumulativa del conocimiento, donde cada docente manda sus tareas y exige para sí respuestas sobre su materia… Dos meses después, esa intensidad inicial se apacigua. Los docentes se sienten más cómodos en sus nuevas modalidades de trabajo, las familias van encontrando nuevos ritmos y rutinas, y muchos relajan el nivel de exigencia -sobre todo, cuando el fantasma del examen y la calificación se desvanece. Acá nuevamente queda en evidencia la fuerza del oficio del alumno propio de la forma escolar, el cual lee que el trabajo escolar que vale es al que le ponen nota, por ende, la escuela pierde poder de exigencia.

La presencialidad, otro rasgo de la escuela que fue la primera víctima de la cuarentena, es revalorizada. La presencialidad como condición para la sociabilidad, la necesidad de jugar, de charlar, de abrazarse con amigxs y compañerxs, de encontrar la dinámica de grupo, de que el curso se consolide. La escuela para los adolescentes cobra sentido en los lazos de amistad que allí se tejen, la vivencia de una intensidad afectiva en torno a la sociabilidad entre amigos, que ahora es puesta en jaque y mediada en su totalidad. La posibilidad de contar con las TIC ha hecho de esta cuarentena algo tolerable, el poder estar en contacto con otros, el poder sostener esos vínculos ya construidos a través de audios y videollamadas, pero también la cuarentena nos confirmó que no sustituyen el contacto personal y cercano.

Distintos estudios nos recuerdan que solo un porcentaje de los puestos de trabajo son trasladables al hogar en su formato “teletrabajo”. Entre aquellos que no cuentan con esta opción encontramos toda esa amplia gama de profesiones y servicios que implican el cuidado del otro. ¿En qué medida el vínculo pedagógico puede ser virtualizado a gran escala, en la masividad de un sistema educativo? ¿Qué tiempos necesitamos para consolidar vínculos a la distancia y con qué tiempos contamos? ¿Es posible la socialización primaria sin ese intercambio cara a cara? ¿Es factible con niños y adolescentes construir un lazo pedagógico desde cero, que no tuvo tiempo de construirse en la presencialidad? ¿Cómo afectar al otro? ¿Cómo recrear algo de las emociones que se generan en el encuentro pedagógico, en medio de miedos, angustias, incertidumbre, agobio? ¿Qué pasos dan esos docentes para entablar ese vínculo? ¿En qué condiciones vitales los docentes se encuentran para la generación de ese lazo? La consolidación de esa tríada que comprende al profesor, al estudiante y al conocimiento depende de una dimensión espacio-temporal… el tiempo es imprescindible, ¿el espacio también? La construcción de ese vínculo pedagógico significativo y duradero aún resulta la prueba de fuego. Un vínculo que necesita de tiempo, de intercambios, de contactos cara a cara, resulta difícil de lograr pantallas mediante y con conectividad inestable. Lo sincrónico y asincrónico van buscando un equilibrio para abonar a la construcción de ese lazo con quién se encuentra en el lugar de aprendiz.

Pero este escenario de pandemia también ha dejado a la escuela al descubierto, evidenciando las deudas que tiene en términos de la relación con el saber que les propone a los estudiantes; queda al desnudo respecto a lo que no ha hecho en términos de promover en sus estudiantes la curiosidad, el disfrute en el aprender, de instilarle ese deseo que los movilice a seguir indagando, a sostener la búsqueda de respuestas… Las disposiciones para el aprendizaje demandan de un andamiaje construido por el docente para generar una intensidad afectiva que predisponga a los estudiantes a conocer, a indagar, a explorar… a comprender el mundo en el cual están insertos y que los confinó a sus hogares y le limitó su sociabilidad cara a cara. ¿En qué medida hemos avanzado en este sentido durante el confinamiento?

Si bien hay experiencias interesantes, así como docentes que motorizan otras formas de acercarse a “los contenidos”, en estos días pudimos observar lo poco desafiantes, lo esquemáticos, repetitivos y ¿aburridos? que pueden ser los “deberes” que llegan a través de las pantallas o cuadernillos. ¿Qué marcas subjetivas dejan estas tareas? ¿qué intereses generan? ¿cómo invitan a comprender el mundo? ¿qué disfrute pueden encontrar los estudiantes en su realización? Las rebeldías y resistencias de sus destinatarios (como el sabotaje a las apps por las que llegan esas actividades, o las “huelgas” que realizan niñxs a sus madres y padres) son síntomas que es preciso escuchar.

Aún estamos atravesando este proceso de resocialización al que nos empujó la pandemia, que obligó a que nuestra vida social y escolar se desarme y se rearme ante el devenir de esta coyuntura. En el mientras tanto, acumulamos interrogantes y exploramos las aperturas que habilita esta clausura del espacio-tiempo escolar. ¿Cómo podemos aprovechar este desborde de la forma escolar?

Ante el cierre del espacio escolar, la virtualización nos abrió una ventana -pequeña pero significativa- sobre el modo en que nuestrxs compañerxs y docentes viven, nos permitió husmear en sus casas, en su entorno, conocer a los integrantes de la familia, así como las condiciones en las que atraviesan este aislamiento, permitiéndonos ampliar parcialmente nuestro mundo y ponernos en el lugar del otrx.

Ante la suspensión de la calificación de las tareas, se abre la posibilidad de trastocar las lógicas de esa forma escolar, para remodelarla, reinventarla, reorientarla… y escuchar aquellas voces que en el mundo educativo claman por la revisión del trabajo escolar que impone la acumulación de tareas para aprobar y “seguir participando”. Tal vez se abre un margen para repensar el oficio docente y el oficio de ser estudiantes, echar a rodar propuestas que vinculen a profesores y estudiantes desde otro lugar con el conocimiento y la cultura que la escuela pretende transmitir.

Tenemos una oportunidad para aprovechar ese desborde y comenzar a trabajar para acercar la forma escolar a lo que deseamos que sea…