La pandemia y el nuevo orden económico mundial

La pandemia y el nuevo orden económico mundial
Por Andrés Wainer, investigador del Área de Economía y Tecnología de la FLACSO Argentina.
Publicado en La Izquierda Diario, 5 abril de 2020.
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La actual pandemia del Covid-19 ha suscitado una serie de reflexiones y discusiones muy interesantes sobre cuál será el mundo en el que nos tocará vivir si sobrevivimos. Son muchos los que sostienen que nada volverá a ser como antes. Para algunos, los cambios serán para peor: las democracias occidentales virarán hacia Estados totalitarios al estilo de China (Giorgio Agamben) o se fortalecerá la desigualdad racial, el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres y personas trans y la explotación (Judith Butler). Para otros, por el contrario, será el fin de Estados totalitarios como el Chino e incluso podrá dar lugar a nuevas formas de comunismo (Slavoj Zizek), volverá a poner a la igualdad como punto de partida de una nueva reorganización social (Franco Berardi) o dará lugar a un nuevo orden económico mundial donde la centralidad del Estado sea indiscutible, terminando con el pensamiento económico dominante basado en la primacía excluyente del mercado (Claudio Scaletta).

No todos piensan que lo que resulte será necesariamente bueno o malo. Para D. Harvey esta pandemia tendrá consecuencias desastrosas para la economía mundial, pero también dejará algunas cosas positivas como una reducción sustancial del consumismo con una consecuente reducción de la degradación ambiental, e incluso podría mejorar los sistemas de seguridad social en el largo plazo modificando las pirámides de edad. Son pocos los que sostienen que el virus no producirá por sí mismo grandes cambios a nivel político y/o económico (Alain Badiou, Byung-Chul Han).

Hay muchos aspectos de la vida social que podrán verse modificados (en lo que respecta al tratamiento de nuestros datos personales, las secuelas del distanciamiento social, la expansión de las relaciones sociales virtuales, etc.). Sin embargo, aquí me concentraré en los cambios que podrían producirse en el orden económico mundial, es decir, en la forma de generación, distribución y apropiación de la riqueza social. ¿Se producirá realmente un nuevo consenso keynesiano a partir de las medidas que están tomando los gobiernos? ¿Se volverá a la edad de oro del capitalismo? ¿Se abrirán nuevos horizontes socialistas o poscapitalistas? Mi impresión es que esta pandemia por sí misma no necesariamente cambiará de modo radical el modo de acumulación vigente, caracterizada por un capitalismo mundializado y financiarizado que profundiza la desigualdad social. Digo “no necesariamente” porque no descarto que se produzcan cambios más o menos profundos, pero ello no será solo ni principalmente por la acción del Covid-19.

Estado, economía y sociedad

Pienso que el virus no creará algo nuevo por sí mismo, sino que puede potenciar o atenuar tendencias de la vida económica y política que ya estaban presentes. Por caso, la crisis financiera desatada a partir de la caída de los precios de las acciones, títulos de deuda, commodities y otros activos financieros no encuentra sus raíces en el Coronavirus sino en las grandes burbujas de capital ficticio creadas por la creciente financiarización de la economía. Quienes creían que ello había cambiado con la crisis de 2008 no podían estar más equivocados. En ese momento las respuestas de los Estados no fue generar cambios en el funcionamiento del modo de acumulación sino mantenerlo a flote sosteniendo la fantasía de que el dinero puede generar dinero por sí mismo. Era necesario restablecer la confianza de los accionistas y consumidores, para lo cual se fortaleció el “keynesianismo financiero” (P. Krugman) inyectando liquidez, reduciendo los tipos de interés e impulsando nuevamente así los precios de los activos. Hasta que explotara la nueva burbuja…

Por supuesto que la magnitud de la crisis económica actual no puede ser explicada sin tener en cuenta las medidas que se han tomado para tratar de mitigar la pandemia. Sin dudas los cierres de fronteras y las restricciones a la circulación de las personas durante esta pandemia han sido un duro golpe para economía global, tanto por la virtual desaparición de actividades enteras como el turismo o los restaurantes como por la interrupción de la producción y circulación de mercancías, generando quiebres significativos en las denominadas Cadenas Globales de Valor. Las diez millones de solicitudes de seguro de desempleo solo en Estados Unidos en las últimas dos semanas de marzo dan cuenta de la magnitud del problema.

Las economías nacionales se han vuelto tan interdependientes que es poco lo que un Estado aislado pueda hacer para modificar significativamente la situación. Sin embargo, lo que ha predominado hasta ahora es más bien la lógica de competencia entre Estados antes que de cooperación. Incluso en algo que se ha convertido en el objetivo principal en estos momentos, como la obtención de una vacuna contra el Covid-19, han primado los desarrollos individuales en cada país. Seguramente veremos cómo finalmente, quien llegue primero, mostrará su “buena voluntad” compartiendo –una vez asegurada la provisión para su población– su vacuna con el resto del mundo. Y, si no busca cobrar por ello, quedará como un “servicio” de dicha nación a la humanidad. Lo cual por supuesto es falso ya que, más allá de la inversión real que haya hecho el país para producir esta vacuna en particular, este se basa en el desarrollo del conocimiento científico que realizó la humanidad a lo largo de cientos de años (lo que Marx denominaba el general intellect).

En la actualidad no está solo en juego una reducción de las ganancias sino la condición de posibilidad de existencia de las mismas. En la medida en que las restricciones con fines sanitarios se prolonguen, no solo se pone en riesgo las ganancias del momento sino también las futuras, tanto por la magnitud de la destrucción de capital como por la creciente porción creciente de la clase trabajadora que no cuenta con los medios de subsistencia necesarios para reproducirse como tal. Esta situación no es en absoluto un horizonte lejano en países subdesarrollados y dependientes como los nuestros.

Y ello nos lleva al problema de si estamos frente a un nuevo paradigma en la relación entre Estado, sociedad y economía, en el cual el mismo recuperará el rol que perdió tras 40 años de neoliberalismo. Los Estados nacionales –que nunca desaparecieron, solo que se subsumieron más y más a la lógica del capital tras las derrotas que sufrió la clase obrera a nivel mundial en las décadas de 1970 y 1980–, ahora estarían privilegiando políticas nacionales autónomas frente a los dictados del capital a nivel mundial. Pero la nuevas e inmensas intervenciones de los Estados para rescatar o al menos intentar paliar las desastrosas consecuencias de la pandemia sobre la economía (además de su mayor y decisiva intervención en otras áreas como la salud y la asistencia social) no supone necesariamente que este ha “vuelto para quedarse”. Cómo sostiene Badiou, los intentos de los Estados nacionales por hacer frente a la epidemia se hacen respetando todo lo que pueden los mecanismos del capital. Aunque esto no debe confundirse con que le hecho de que estén actuando bajo las órdenes directas las grandes empresas.

Se ha comparado la actual situación con una guerra (“una guerra contra un enemigo invisible”), de hecho se la nombra como la peor catástrofe mundial desde la segunda guerra mundial. Los Estados, como afirma Harvey, responden a dos lógicas distintas que se superponen: la del capital y la territorial. Bien, en situaciones excepcionales como una guerra, suele primar la lógica territorial, es decir, salvaguardar a su población y su territorio, lo cual no quiere decir que se vaya contra la lógica del capital sino que se intenta preservar a este incluso yendo contra sus intereses más inmediatos. Badiou dice que en una situación de guerra el Estado debe imponer, no solo a las masas populares sino también a la burguesía, restricciones importantes para salvar al capitalismo. Podríamos decir, con O’Donnell, que el Estado es un aspecto esencial de la relación social capitalista, aquél que tiene por objeto ordenar y garantizar la reproducción en el tiempo de dicha relación. Ello supone que muchas veces deba ir contra los intereses inmediatos de la burguesía para garantizar su reproducción como clase social, lo cual incluye la necesidad de salvaguardar también la reproducción de las clases explotadas como tales. Esta necesidad puede conducir a medidas que hasta hace poco parecían improbables e incluso podrían ser consideradas casi como revolucionarias, como las nacionalizaciones de empresas (¡o del sistema de salud!).

¿Hacia un nuevo horizonte social?

Pero, ¿qué pasa cuando se termina el estado de “excepcionalidad” impuesto por la pandemia? Por supuesto, ya sabemos que la historia no se repite exactamente igual dos veces, por lo cual nunca se podrá “volver al punto de partida”. Pero ello no quiere decir que necesariamente las relaciones sociales de producción y distribución, y específicamente las relaciones entre Estado, Sociedad y Economía se vean alteradas de manera significativa. Suele decirse que las situaciones de guerra o de catástrofe (natural o económica) suelen producir acontecimientos nuevos, revolucionarios. En el siglo XX tuvimos la primera guerra mundial, que parió a la Revolución Rusa, y el crack bursátil de 1929, que dio lugar a los Estados de Bienestar, para mencionar solo dos ejemplos.

Sin embargo, considero que estas situaciones excepcionales solo pueden crear mejores condiciones para la difusión y propagación de ciertas ideas, pero no crear acontecimientos vitales por sí mismas. Por caso, la Revolución Rusa no fue una consecuencia directa de la guerra sino el aprovechamiento de esta situación por parte del partido Bolchevique, y su capacidad de organización y dirección de las masas obreras y campesinas. Sin Bolcheviques, sin un Lenin, sin un Trotsky, no habría habido revolución socialista. Además, estas condiciones no se dieron en todos los países afectados por la guerra sino en el “eslabón más débil” de la economía capitalista (la Rusia zarista). Por caso, la revolución espartaquista de 1918 en Alemania fue sofocada y terminó derrotada.

Las políticas del Estado de Bienestar aplicadas por F.D. Roosevelt en Estados Unidos en la década de 1930 y luego replicadas en buena parte de los países occidentales no se dieron porque los gobernantes se “dieron cuenta” que Keynes tenía razón y que lo “más racional” en términos macroeconómicos era apuntar al pleno empleo, sino porque era necesario salvar al capitalismo. Y ello no solo porque se habían evaporado las ganancias y se había destruido una buena parte del capital existente sino porque, con sus problemas y dificultades, en ese momento aparecía una alternativa potencialmente superadora para las masas trabajadoras, que veían como el impacto de la crisis era menor en economías planificadas como la Rusia soviética. Es decir, lo que motivó a la creación de los Estados de Bienestar y a mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora en los países occidentales no fue una “racionalidad abstracta” sino el ascenso de las reivindicaciones obreras en occidente y la amenaza de que se propagaran las ideas socialistas y comunistas.

¿Qué quiero decir con esto? Que no existe algo que nos asegure que a partir de un acontecimiento excepcional como esta pandemia la gente se va a “dar cuenta” y ahora las cosas “se van a hacer bien, de manera más racional y equitativa”. Nada garantiza que el producto de la crisis actual sea una sociedad más justa e igualitaria. Es cierto que venía creciendo la idea de que no podíamos seguir produciendo y consumiendo como lo veníamos haciendo ya que esto tenía consecuencias negativas para el medio ambiente. Pero la catástrofe medioambiental, aún con los graves signos de alarma que estábamos viendo, todavía se presentaba como una amenaza algo lejana en el tiempo. En cambio la pandemia del Covid-19 nos mostró en cuestión de días las “fallas” del sistema en el que vivimos, que alcanzan su máxima expresión en los sistemas de salud pero también en la precariedad de las condiciones laborales en numerosos segmentos de la economía.

La construcción de otra sociedad, de otro tipo de relaciones sociales, no provendrá una nueva racionalidad igualitaria surgida automáticamente a partir de la pandemia. Las clases dominantes solo cederán en la medida en que se vean obligadas a hacerlo. Si lo hacen ahora, es porque su propio Estado se los demanda en aras de salvaguardar su posición privilegiada en un contexto excepcional –y aun así, se resisten a hacerlo, como lo vemos con los despidos masivos en las grandes empresas–. En la medida en que no se constituya un sujeto capaz de trascender la actual forma de organización social, la pandemia nos dejará como legado una mayor centralización del capital, probablemente acelerará el ascenso de un nuevo hegemón a nivel mundial (China), fortalecerá a algunas fracciones capitalistas en detrimento de otras y generará un mayor contingente de trabajadores precarizados y desocupados. Solo la constitución de un sujeto social que tenga otro horizonte social podrá cambiar radicalmente al mundo. No habrá mejoras sustanciales sin lucha de clases.