La plaza, la calle y el google classroom

Nota de opinión realizada por integrantes del equipo PICT Tiempo de definiciones. Experiencia educativa, ciudadanía y cultura digital en la escuela secundaria y la educación superior, Área de Educación de la FLACSO.
Publicado en La Nación Trabajadora, 16 de septiembre de 2020.
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Foto: Eva Cabrera (Télam)

La conmemoración de la “Noche de los lápices” representa un emblema de memoria y militancia para el movimiento estudiantil secundario argentino. En un año marcado por el aislamiento físico y la ocupación política reducida en las calles, ¿cuáles serán las formas de participación que visibilicen la agenda de demandas de la juventud?

La plaza frente al Palacio Pizzurno, sede del Ministerio de Educación de la Nación, va llenándose de a poco. En cada uno de los extremos predominan grupos identificados con el kirchnerismo y con el trotskismo. El centro de la plaza, alrededor del mástil, es el espacio ocupado mayoritariamente por estudiantes secundarios. Sobre las rejas se apoyan banderas que identifican a los distintos centros de estudiantes, la mayoría de escuelas tradicionales o emblemáticas como el Nacional de Buenos Aires, el Otto Krause, el Esnaola, el Carlos Pellegrini, la Escuela de Cerámica, el Mariano Acosta, el Liceo 9, entre otros. En algunos casos juegan a las cartas (usando los diarios partidarios a modo de tablero), organizan una dramatización en la cual, cada tanto, deben quedarse como estatuas para luego bailar. Un grupo grafitea con stencils mientras skaters miran de forma desentendida. Llegan con sus compañeros/as de escuela, transitan la plaza con aire despreocupado, la mayoría carga mochilas en sus espaldas. Circulan mates y botellas de agua, en algunas zonas de la plaza el aire se impregna de olor a marihuana. Alguien pasa con un cigarrillo en mano, tal vez el primero que prueba en su vida. A veces parecieran mirar a quien les gusta, buscando encontrar su mirada y sentir que comparten algo más que un reclamo. Sobre las siete de la tarde el lugar está repleto, ya hay más jóvenes que adultos/as, o al menos más estudiantes secundarios que de otros niveles. Los últimos rayos de sol se recortan sobre la plaza donde se encuentra el Ministerio de Educación de la Nación, ese mismo espacio donde todos los sábados se juntan jóvenes darks.

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Cada 16 de septiembre se conmemora la denominada “Noche de los Lápices”. En esa fecha, pero en 1976, un grupo de tareas de las Fuerzas Armadas secuestró en La Plata a un grupo de estudiantes que reclamaba por la gratuidad del boleto estudiantil. La fecha, la noche, el episodio todo se convirtió, en palabras de Federico Lorenz, en un emblema que adquirió una dimensión política sumamente atractiva, hito de identificación a la vez que de inscripción militante para varias generaciones. Desde la recuperación de la democracia en 1983 innumerables agrupaciones estudiantiles de escuelas de distintos lugares del país usan el nombre “16 de Septiembre”, o referencias similares, para sus listas en las elecciones estudiantiles. En el año 2006 se instauró por decreto del presidente Néstor Kirchner el 16 de septiembre como el Día Nacional de la Juventud y en algunas escuelas se realizan desde entonces actos conmemorativos. Tal como nos recuerda Elizabeth Jelin, las memorias sociales son prácticas con ritmos anuales repetitivos y cambiantes, pero cuyas marcas e inscripciones no están cristalizadas de una vez, sino que el sentido es apropiado y resignificado por actores sociales. Nada de lo que narramos en la viñeta escrita hace un par de años ocurrirá en el 2020. Inmersos en una pandemia mundial, este aniversario nos encontrará aún bajo un Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) que trastocó las temporalidades y tiene un impacto notable en los procesos educativos.

La escuela secundaria en tiempo de cambios

Hace unos años conformamos en FLACSO el Programa “Ciudadanía y sistema educativo en el mundo contemporáneo. A lo largo de este tiempo constatamos cambios en las funciones de la escuela secundaria, en los modos en que se transformaba, en el surgimiento de nuevos sentidos sobre la experiencia escolar. Estos procesos, previos a la pandemia, se incrementaron en el nuevo contexto al punto tal que ponen en tensión la idea de la escuela secundaria como preparación para un futuro, lo cual no significa que el tiempo en esa institución central de la modernidad pierda sentido para las y los jóvenes.

Lo cierto es que la escuela secundaria condensa múltiples discusiones. Mientras algunas posturas enfatizan en que ya no sirve para nada, otras perspectivas señalan la necesidad de refundarla y hay hasta quienes ven en la pandemia la oportunidad para un cambio copernicano. Para otras posiciones, de las cuales nos encontramos más cerca, las escuelas no permanecen inalterables a lo largo de la historia, sino que junto con las persistencias y continuidades también se producen cambios y propuestas innovadoras, algunas de las cuales estaban en proceso. La situación producto del COVID-19 supuso una revalorización del espacio escuela y de la labor docente, profesión que atraviesa hace varios años mutaciones en sus perfiles, procesos de estigmatización, sueldos magros, entre otros aspectos que inciden también en la construcción de sentidos sobre lo público. Uno de los cambios que es posible observar refiere a los sentidos que se ponen en juego en torno a las funciones de la escuela secundaria, así como a las controversias acerca de qué contenidos y cómo se enseñan. De manera concomitante las y los jóvenes introducen temáticas que les interpelan. ¿De qué hablan? ¿Qué les interesa? Las cuestiones de género y sexualidad, la ESI, sus opiniones sobre las normas escolares o modos de organizar las clases, la demanda por una autoridad que enseñe, acompañe y escuche, son todas temáticas que afloraron en el espacio escolar.

Muchas veces olvidamos que otra de las funciones principales de la escuela secundaria es la posibilidad en poner en suspenso otros órdenes de la vida. Es más, la expansión de la matrícula supone también la posibilidad de “vivir la juventud”, aunque las dificultades para sostener la escolarización continúan concentrándose en los sectores más postergados. Esos y esas jóvenes que, al igual que la protagonista de Cometierra, la novela de Dolores Reyes, dejan la escuela “como la mitad de los chicos del barrio”. La escuela es resignificada como lugar para los aprendizajes concretos (materias específicas, algunos docentes) o como espacio de aprendizajes ligados al estar con otros, al pasarla bien, enfatizando la dimensión de la sociabilidad. Cambios y continuidades. Volviendo a las formas de politización, y retomando nuestro punto de partida en la marcha por la Noche de los Lápices, si las fechas conmemorativas son, en definitiva, espacios donde es observable la tensión entre las continuidades identitarias y las transformaciones, el 16S supone tanto una posibilidad de encuentro entre generaciones como la construcción de otros sentidos por parte de jóvenes, desde las coordenadas de su cotidianeidad.

“Si las fechas conmemorativas son, en definitiva, espacios donde es observable la tensión entre las continuidades identitarias y las transformaciones, el 16S supone tanto una posibilidad de encuentro entre generaciones como la construcción de otros sentidos por parte de jóvenes, desde las coordenadas de su cotidianeidad.”

¿Nuevas? Formas de participación juvenil

Estos meses las, los y les estudiantes -les pibis- continuaron organizando actividades. Si bien resulta complicado afirmar la misma existencia del movimiento estudiantil secundario, debido en gran parte a la intermitencia de su presencia y a que su extensión se concentra en un número reducido de instituciones, en los últimos años en la Ciudad de Buenos Aires logró cierta visibilidad. Un movimiento que, de manera acompasada, afloró en grandes centros urbanos como Rosario, Córdoba o La Plata, pero también en provincias del sur del país donde les estudiantes protagonizaron tomas de escuelas ante distintos conflictos educativos. Incluso fue -tal como en otras épocas, particularmente en los años ochenta- un trampolín de ingreso a la carrera política para casos como el de Ofelia Fernández, ex presidenta del centro de estudiantes de uno de los colegios dependientes de la UBA.

La mayoría de los centros de estudiantes que participan de las marchas son de escuelas que cuentan con una extensa tradición de participación política. Si las ubicáramos en un mapa de la ciudad también se podría constatar que se movilizan más quienes cuentan con mejores condiciones de accesibilidad a una geografía, la de la manifestación, que suele darse en los mismos espacios y escenarios icónicos: la Casa de Gobierno nacional, ubicada frente a la Plaza de Mayo o el Congreso Nacional, unidos por la Av. de Mayo que funciona como un lazo que anuda experiencias en la medida en que se caminan esas cuadras.

Este año de suspensión de otras marchas emblemáticas como la del 24 de marzo no supone la ausencia ni de conflictos ni de gente en las calles. Siempre con la virulencia propia de la ocupación del espacio, en algunos casos se ponen en debate injusticias de larga data como el Black Lives Matters en Estados Unidos, uno de los países con mayores muertes por el coronavirus. En otros, como en el caso argentino, las calles son el escenario donde actores más vinculados a posiciones de derecha enarbolan sus posturas anticuarentena combinadas con críticas a otras medidas de gobierno; o como en Alemania, donde se registran movilizaciones contra la inmigración. Siempre la pandemia es denunciada como una conspiración mundial. Sin embargo, también existieron acciones con stencils callajeros contra la violencia de género, el 31A criticando el posible acuerdo para instalar granjas industriales para cerdos, movilizaciones contra el gatillo fácil en Córdoba (por el caso de Valentino Blas Correas), en Rosario por la quema de humedales o la muestra de fotos frente a las rejas del Congreso Nacional en reclamo por la aparición de Facundo Astudillo (como documenta Cora Gamarnik en Twitter @coragamarnik). A su vez, las noticias que llegan desde Uruguay muestran que el 14 de agosto, día de los mártires estudiantiles,  (fecha con un simbolismo similar al 16S para el movimiento estudiantil uruguayo), la dinámica de ocupación de las calles parece bastante similar, aunque con barbijos y menos abrazos.

¿Cómo se reconfigurarán las movilizaciones? ¿Qué podemos esperar en términos de la agenda de demandas y las formas de participación juvenil?

En primer lugar, lo que ocurría antes de la pandemia. Las dinámicas de la movilización juvenil combinaban elementos de mayor compromiso y activismo político con aspectos lúdicos que otorgaban primacía a otras facetas de la sociabilidad juvenil. Los pollerazos, corpiñazos, frazadazos, así como los besotones hasta los emblemáticos bustos sarmientinos rodeados de pañuelos verdes, alteraron la regularidad de la temporalidad escolar y los usos del edificio escolar. De manera paradójica las tomas de escuelas, así como esas acciones performativas, reconfiguraron el espacio público traspasando sus paredes.

En los últimos años puede notarse una reorientación de la participación de las y los estudiantes en torno a las demandas del movimiento feminista y de las disidencias sexuales. Estudiantes secundarios, tanto de escuelas públicas como privadas, se sumaron a iniciativas como concentraciones espontáneas, movilizaciones y encuentros nacionales con una agenda de reclamos por la ampliación de derechos. En el mes de julio hicimos una encuesta virtual a estudiantes de escuelas secundarias de la CABA, les preguntamos si en el 2019 habían participado en alguna marcha y la respuesta fue positiva en el 40% de los casos. La mayor cantidad de quienes fueron a marchas participó del reclamo por la legalización del aborto, en segundo lugar, del 8 de marzo (paro de mujeres) y la tercera por el 24 de marzo.

Los y las jóvenes han reforzado las acciones para la implementación de la ley de educación sexual integral, por la legalización del aborto, por la instalación de baños no binarios, por la aplicación de protocolos contra la violencia de género, entre otros. Antes de la pandemia habían armado grupos de WhatsApp con docentes, aulas ESI virtuales, twittazos o circulaban memes y flyers en redes sociales.

En segunda instancia cabe preguntarse qué pasa hoy. Ya hicimos mención a la encuesta, que desde ya es poco representativa, pero cuenta con respuestas de más de 700 jóvenes. Los datos nos cuentan que en este tiempo de cuarentena los centros y las agrupaciones juveniles también difundieron flyers contra la violencia de género, por la aplicación de la ESI y la conmemoración del 24 de marzo. Llama la atención la alta cantidad de menciones sobre la ausencia de centro de estudiantes o actividades especiales en sus escuelas. Frente a la multidimensionalidad de la participación es preciso continuar indagando cuáles son las vías por las que ésta sucede, así como sus características. En el conjunto de respuestas las necesidades materiales fueron señaladas como más injustas (viandas que no alcanzan sumado a no tener computadora o tablet provista por el Estado concentran más del 60% de menciones).  El 80% respondió que en las escuelas se debería hablar de ESI. A modo de interpretación, “hablar de ESI” significa abordarla interdisciplinariamente teniendo en cuenta los diferentes contenidos que establecen la ley nacional y los planes curriculares.

En este sentido, más del 75% respondió estar “en desacuerdo” o “muy en desacuerdo” frente a la pregunta por la discriminación en la escuela a compañeros y compañeras según su orientación sexual, mientras que no están de acuerdo con la frase “en mi escuela son muy estrictos/as con la ropa que tenemos permitida llevar». Estas respuestas expresan que si bien las desigualdades en relación al género o la orientación sexual son un tema central a nivel social, no consideran que sea un problema en su institución en particular. Asimismo, hace tiempo que las y los estudiantes instalaron estas discusiones en las escuelas; es posible que en sus experiencias las instituciones estén actualmente más predispuestas a aceptar estos cambios, aun cuando en la práctica continúa siendo un accionar extendido que las estudiantes reciban más llamados de atención respecto de la ropa que los varones. En cuanto a las demandas estudiantiles, uno de los temas que señalan como más necesarios en el momento del retorno a la presencialidad son las clases de apoyo, seguidas por aulas y espacios más grandes y cómodos. La mayoría está de acuerdo con que “el Estado debería garantizar una computadora o tablet para cada estudiante», consigna muy presente en los debates actuales acerca de las problemáticas de las políticas educativas y que las coordinadoras estudiantiles discuten en sus encuentros virtuales.

“En cuanto a las demandas estudiantiles, uno de los temas que señalan como más necesarios en el momento del retorno a la presencialidad son las clases de apoyo, seguidas por aulas y espacios más grandes y cómodos. La mayoría está de acuerdo con que “el Estado debería garantizar una computadora o tablet para cada estudiante», consigna muy presente en los debates actuales acerca de las problemáticas de las políticas educativas y que las coordinadoras estudiantiles discuten en sus encuentros virtuales.”

También hicieron hincapié en la necesidad de apoyo psicológico. Posiblemente haya aquí ciertas tensiones. En relación con la representación encontramos una distancia entre aquello que los centros de estudiantes hacen y las injusticias percibidas por la mayoría de los y las estudiantes. Efectivamente, y aún a pesar de los intentos de algunos espacios juveniles, predominan acciones de posicionamiento político-pedagógico (efemérides o problemáticas sociales) más que demandas por objetos concretos/materiales (solicitud de viandas/bolsones, computadoras, colectas solidarias, clases de apoyo, tutores virtuales).

Finalmente, y ya de cara al futuro, a pesar de las distancias sociales y las diferencias en el tipo de institución, existen cuestiones que parecieran interpelar a los y las estudiantes generacionalmente como las problemáticas vinculadas al género, las sexualidades y disidencias, que en el espacio escolar se concretaban en la regulación y control de las apariencias y los cuerpos. En un contexto más amplio de discusión sobre derechos, sus demandas de, al menos una década, en relación con la regulación de sus cuerpos, la aplicación de la ESI y la organización binaria de las sexualidades y el género parecieran haberse amplificado. Si bien las temáticas que interpelan la movilización estudiantil se encuentran mediadas por la cotidianidad escolar es plausible afirmar la porosidad de las fronteras que plantean límites entre el entorno escolar y el afuera. La actual coyuntura puso aún más de manifiesto el contexto de fragmentación educativa del nivel secundario y las dificultades para la construcción de un espacio social de experiencias estudiantiles comunes que atraviese el tipo de institución, el sector socioeconómico o el barrio. Dejó en evidencia, la necesidad de que las, los y les estudiantes tengan mayor incidencia en la agenda educativa. Ambos movimientos son las trazas sobre las cuales se expresan distintos formatos de protesta y configuran las formas de politización generacional contemporánea.