La salud en un mundo enfermo

Por Daniel García Delgado, director del Área Estado y Políticas Públicas de FLACSO Argentina.
Publicado el 4 de mayo de 2020 en el sitio web del Área EyPP, Sección papeles de coyuntura.
http://politicaspublicas.flacso.org.ar/


El mundo ya no va ser igual (Parte 4)
La salud en un mundo enfermo.

1. Un hecho social total

“Un mundo se derrumba.
Cuando todo termine la vida ya no será igual.”
Ignacio Ramonet (2020)

 

La experiencia que nos toca vivir es inédita, probablemente en la historia del mundo. Una, en que la mitad de la humanidad está aislada en sus casas por temor al contagio del virus o por protocolos gubernamentales de aislamiento e impactada por la caída interminable de la actividad económica y del desempleo. Donde todos los días los medios de comunicación nos traducen las estadísticas de cuántos enfermos se produjeron, cuántos muertos y recuperados, y se observan país por país, continente por continente. A estas alturas ya nadie ignora que la pandemia no es sólo una crisis sanitaria, es lo que las ciencias sociales califican de “hecho social total”[1], en el sentido de que convulsiona el conjunto de las relaciones sociales, y conmociona a la totalidad de los actores, de las instituciones y de los valores.

La primera constatación que tenemos de orden internacional es la incontrastable realidad de que, de lejos y por mucho margen, los porcentajes mayores de los contagios y muertes provocados por el Coronavirus se concentran en las grandes potencias mundiales y en los países emergentes más importantes de cada continente, en las grandes ciudades, en gente con mayor edad y en espacios cerrados y hasta colmados de gente como geriátricos o cárceles. Hace poco más de quince días –el mismo día en que mantuvieron su video conferencia los líderes del G-20–, el 90% de los infectados y casi el 89% de los muertos por la pandemia eran habitantes de los países desarrollados y emergentes que integran ese grupo. Los porcentajes se han mantenido sin sustanciales variaciones desde ese momento. El COVID-19 deja en evidencia el real funcionamiento de los organismos internacionales y multilaterales de todo tipo (ONU, Cruz Roja Internacional, G7, G20, FMI, OTAN, Banco Mundial, OEA, OMC, entre otros) que no han estado a la altura de la tragedia, ya sea por su silencio o por su incongruencia. El planeta descubre que hay ausencia de liderazgos y que cada país debe arreglarse por sí solo.

Lo cierto es que el Coronavirus vino a poner en duda una serie de certezas que teníamos previo a la crisis de “los dos cisnes”[2]: el de la pandemia y el de la caída de la economía global. Nos hacemos concientes de la propia finitud, de nuestra fragilidad humana. La segunda, de que la mayoría de los países, por muy desarrollados que fueran, no estaban preparados para atender una crisis de esta naturaleza, porque habían devastado previamente sus sistemas de salud con políticas de ajuste o de austeridad, o bien desoído los informes de inteligencia y a los científicos que advertían de la posibilidad de una pandemia de esta naturaleza, al hacer “oídos sordos” a la prevención en función de sus intereses económicos, rentísticos o electorales.

El mundo enfermo de hoy es consecuencia del virus y del modelo dominante de salud vigente hasta hace poco tiempo. Un modelo privatista, de la no prevención de la enfermedad, no sólo de las pandemias como la actual sino también previas como el dengue, el chagas, entre otras. Que no ha promovido gastos públicos en investigación, que no ha puesto en valor el rol de los intelectuales o de universidades, ni de centros científicos con capacidades de advertir tanto sobre los efectos de las desigualdades en los sistemas de salud como de los tratamientos antivirósicos. Al modelo neoliberal sólo le importaba lo privado, la captura de rentas y la prosperidad de los accionistas de las corporaciones[3]. En pocos países, la gente pobre podía ser atendida en un hospital público con gratuidad y con calidad (raros casos son los del Uruguay y de la Argentina hasta hace pocos años), pero hoy no es así en la mayoría de los países latinoamericanos. Chile, al respecto, -el país que Cambiemos tenía hasta hace poco tiempo como emblemático y modelo a emular-, se derrumba hoy por las protestas sociales y por las consecuencias de la enfermedad. Donde existen hospitales públicos, pero colmatados donde la gente tiene que esperar horas, hacer colas desde la madrugada para ser atendido. El mundo privado, por el contrario, retacea compartir respiradores, tests, servicios de emergencia. La relajación de medidas sanitarias de distanciamiento social en países como los Estados Unidos o Chile, deja la sensación en la población de que finalmente va a tener que asumir que hay gente que va a morir para que la economía sobreviva. La ley del más fuerte está escondida detrás de estas decisiones políticas y eso es imponer la supremacía del salvataje a la economía y de los grandes poderes económicos.

El COVID-19 nos reveló también que había algo profundamente distorsionado en nuestras sociedades capitalistas, caracterizadas por exaltar el individualismo, el hoy permanente, el hiperconsurmo, las prácticas insolidarias y el deterioro ambiental. No había conciencia de la dependencia que tenemos unos con otros, con la naturaleza y con los otros pueblos. De que nadie se salva solo y que podemos destruir ‘la casa común’, pero ésta nos lo va hacer pagar caro. Se evidenció la necesidad del Estado y de la solidaridad. Lo cierto es que la enfermedad COVID-19 comenzó ha cambiar el tejido social y económico del mundo y desde que China identificó el virus por primera vez en enero de este año, casi todos los países que han cerrado sus fronteras, escuelas y negocios, y restringido los viajes, cancelando eventos de entretenimiento y deportivos. Sin duda, han cambiado los hábitos y se ha alentado a las personas a mantenerse alejadas entre sí. Nuestros hábitos después del Coronavirus también se verán alterados, la cercanía con desconocidos en un colectivo o transporte público, en reuniones sociales, en la sociedad toda, y hasta en una suerte de recesión política. ¿En qué medida impactará una sociedad de las más proclives a la movilización social del mundo este efecto pandémico? Lo cierto es que a partir de este hecho social total, y que es también global, cada uno de nosotros, la sociedad y el mundo, ya no seremos los mismos[4].

2. La recuperación del Estado presente

“El poder político estará entre las manos de aquellos que sepan
demostrar el mayor grado de empatía hacia los demás.
Los sectores económicos dominantes serán de hecho también los de la empatía:
la salud, la hospitalidad, la alimentación, la educación, la ecología”.
Jaques Attali (2020)

 

Afortunadamente, hay experiencias exitosas en el tratamiento de esta enfermedad a nivel mundial, como en Asia (Vietnam, Corea del sur, China), y como en Occidente (Nueva Zelandia, Islandia, Alemania, Dinamarca, Noruega). En todos estos casos, hubo anticipación y accionar público. Vuelve el Estado, después de prédicas de austeridad y ajuste, de concebir el Estado solamente como generador de reglas de juego, ante la idea de que los únicos que crean valor son lo privado, la economía y los mercados. Ahora se vuelve al él como un salvataje de los dos tusnamis que enfrentan todas las sociedades: la pandemia global y la recesión económica atravesada por el desempleo y el cierre de empresas.

Por supuesto, esto se vincula con el rol y la presencia del Estado y con un liderazgo con empatía con la sociedad. Y esto es importante, no solamente por la superación de la grieta, sino porque la lucha contra la pandemia es una lucha política (no en el sentido clásico electoral, de partidos), sino de que sólo movilizando a todas las fuerzas del país en una dirección se podrá enfrentarla con éxito. Se necesita un liderazgo fuerte, en el sentido de tener la capacidad de definir cuál es la máxima prioridad del país. De la misma forma, sin una efectiva gestión de deuda externa y sin una valiente decisión en ese campo para reestructurarla, tampoco se podría estar haciendo los gastos en hospitales, aparatología, insumos médicos, etcétera. Los desafíos que plantea el Coronavirus cambian necesariamente el orden de prioridades. Como dice Pedro Biscay: “¿Acaso se pueden pagar los abultados compromisos de capital e interés proyectados originalmente para los próximo tres años y, al mismo tiempo, garantizar los recursos financieros que requiere la atención de la Covid-19? El país necesita reasignar recursos y por eso además del plazo de gracia es tan importante dentro del esquema propuesto por la quita sobre el capital y los intereses[5].

La crisis sanitaria, -señala Mariana Mazzucato-, ha llevado al Estado a casi cada rincón de las economías, desde el sistema de salud, al rescate de algunas industrias o la liquidez de los bancos centrales o a subsidios a sectores vulnerables de todo tipo, y hasta traer compatriotas varados en los más disímiles lugares del mundo. Dice la autora: “Dado el tamaño de la emergencia nadie pregunta de dónde sale el dinero, igual que en las guerras. Esto debería ser una llamada de atención sobre cómo gestionamos sectores decisivos para que nuestras economías y nuestras sociedades sean más resistentes. No sólo se trata de una financiación apropiada, sino también de la vertebración del sistema de salud público, de cómo producimos los respiradores o sobre el sistema educativo. Esta crisis nos debería obligar a repensar la economía”[6].

Por ello, las políticas de los gobiernos influyen de manera sustancial en los comportamientos que siguen las curvas de enfermedad y el apoyo de la opinión pública. Tienen que definir sobre un fino equilibrio, de cuánto tiempo mantener el aislamiento, pero a costa del “parate” económico, y en qué momento abrir, si hacerlo sectorial, general o gradualmente.

La atención de salud constituye un aspecto fundamental del bienestar de todo país. Estas desigualdades son inaceptables y, asimismo, es necesario la cooperación regional para atender la pandemia. Lamentable, América Latina al desconocer los gobiernos de derecha hizo que la UNASUR eliminase el único Consejo de Ministros de Salud de la región que permitía un enfrentamiento colectivo a las epidemias del dengue, chagas, entre otros, y la organización de acciones comunes contra otras enfermedades transmisibles emergentes y re-emergentes –como la preparación colectiva para la eventual introducción del virus de Ébola–. Restaurar algunos de estos mecanismos políticos y técnicos del proceso de integración es fundamental para el enfrentamiento de la epidemia del Coronavirus, pues solamente cerrar fronteras con nuestros vecinos no es la solución. Y la integración regional con nuevos conceptos y estilos de configuración es importante, tanto para la salud como para el salvataje de nuestras economías, y aún para defender la poca industria que queda.

¿Pero será suficiente contar con un Estado activo, presente tanto en la pospandemia y en la reestructuración de la deuda tal como los concebimos hoy, para remontar la economía y salir del modelo de financiarización neoliberal y de la desigualdad? ¿No se necesitará concebir otro modelo de desarrollo, con una mayor explicitación sobre el mismo definiendo cuáles son las agencias clave, ministerios y capacidades estatales que lo puedan llevar a cabo? ¿Qué papel puede tener la Anses en el mismo, siendo por un lado la agencia de política social más poderosa y, por otro lado, teniendo el Fondo de Garantías un potencial Banco de desarrollo? O el Bice, la AFIP, los Bancos públicos, pueden estar articulados a una misma estrategia o son consecuencia de un cuoteo horizontal de espacios de poder. Pueden tener una visión estratégica conjunta para fondear, promover y generar valor no sólo en la estructura productiva existente, sino en nuevas empresas del tipo público-privadas, como el INVAP, pero en el campo de la alimentación como proponen las organizaciones de la economía popular; en el del hábitat; en el de la farmacología y la salud, en la industria naval y en el de comercialización de granos. La configuración de las capacidades del Estado es importante para este tercer componente del accionar público, tanto para la atención de salud y de los sectores vulnerables, como para la deuda, el modelo estratégico-productivo para salir de la crisis y para evitar caer en coyunturalismos.

¿No necesitamos una mayor progresividad fiscal que sólo un impuesto a las mayores riquezas? Lo cierto es que el esquema tributario argentino llega con muy poca fuerza a las capas altas de poder adquisitivo. Es una estructura impositiva que grava más el consumo que a las grandes riquezas y las herencias. Además, por la falta de adecuación de los sistemas administrativos y de regulación y control estatal que no son apropiados para lidiar con las maniobras de planificación fiscales nocivas que llevan adelante los agentes principales del poder económico. Evasión y fuga, que en el fondo es la forma en la que este poder sigue expresando su opción por un Estado más chico y débil, aún frente a tamaña emergencia, es lo que hay que modificar si se quiere ir a otro modelo de acumulación con más empleo, igualdad e innovación.

A su vez, es necesario determinar cuál es el valor simbólico que se va atribuir a los trabajadores públicos, después del pasaje del macrismo por la gestión del Estado. En ese sentido, ¿cuáles son las métricas utilizadas para medir la contribución del sector público y la influencia de la teoría del public choice y del modelo neoinstitucional para hacer el Gobierno modernizador más ‘eficiente’? Un modelo que han terminado convenciendo a muchos trabajadores del Estado de que son “segundones” o peor aun, “un lastre”. Les decían constantemente a los empleados públicos que eran superfluos o partes del problema. Cuando la derecha propone algo al respecto siempre se orienta a la reducción de los sueldos de la administración pública. Todo esto es suficiente para deprimir a cualquier funcionario o empleado púbico e inducirlo a marcharse al sector privado o a permanecer sin destino ni motivación ¿Se podrá cambiar esa cultura política de la administración por otra, por un modelo de gestión por motivación, en el cual se valoran las cosas que efectivamente hacen contribuciones a la sociedad? Como no se tiene una visión clara del proceso de creación de valor colectivo, el sector público se halla ‘apresado’ y hasta fascinado por historias sobre la creación de riqueza que han llevado a políticas fiscales regresivas que elevan la desigualdad.

3. Salud y enfermedad en dos escenarios posibles

“Es cierto que hay urgencias que no pueden esperar en este adverso contexto que nos toca vivir.
Sería interesante, no obstante, aprovechar lo que deja este padecimiento para proyectar un futuro mejor.
Un futuro mejor para poder enfrentar tiempos de emergencia, pero también para los tiempos más normales.
La solidaridad y el rol activo del Estado son dos ingredientes que no pueden faltar”.
Carlos Heller

 

Si hay algo que no va a ser igual en el mundo post-pandemia es la salud pública y nuestra actitud subjetiva sobre la vida, el cuidarse y la prevención. Por eso, frente a la progresiva apertura o flexibilización de las cuarentenas consideramos que tenemos dos escenarios posibles frente a nosotros: Uno, el escenario A, esperanzador de un futuro mejor con el accionar de un Estado activo para reactivar rápidamente la economía, yendo hacia sistemas impositivos progresivos donde la crisis económica no la pagan los trabajadores con reducción de sus sueldos o de sus empleos y con la creación de nuevas instituciones que puedan dar financiamiento estratégico a largo plazo. Donde la pandemia pueda significar un duro golpe al capitalismo neoliberal que reproduce la desigualdad y la destrucción del ambiente. Hacer que el valor público esté mejor justificado, que sea mejor apreciado y que se evalúe mejor abriría una nueva conceptualización para un nuevo rumbo. La cuestión del crecimiento debe, pues, centrarse menos en la tasa de crecimiento y más en su dirección. El concepto del valor debe encontrar el lugar que se merece en el centro del pensamiento económico: trabajos más satisfactorios, menos contaminación, mejores cuidados, salarios más igualitarios y menor concentración.

También puede ser un escenario B, donde el temor impulsado por el macrismo residual -vía redes sociales y medios en el caso argentino-, y en otros países por los establishments, corporaciones, fundaciones o gobiernos de derecha, no va a dejar de enfrentarse a una lucha con esta vuelta del Estado, con las corporaciones rentísticas como las farmacéuticas, financieras, multinacionales o ideológicas. La fundación Libertad, en declaraciones en donde estos representantes del neoliberalismo rancio ya empiezan a afirmar que: “A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de democracia liberal y la economía de mercado.” Actualmente, hay una disputa por la agenda pública, de forma que busca reconstituir la grieta en base a la mentira y al odio en temas como la liberación de presos por el Coronavirus, impuesto a las grandes fortunas para recomponer el esfuerzo fiscal que se está realizando, entre otros. Donde se busca romper el gran consenso inicial dado al gobierno en el tratamiento a la pandemia. Y dado que el negacionismo es lo que ha caracterizado en gran parte a los gobiernos de las potencias occidentales y a los gobiernos de nuestra región, como Brasil, Ecuador, Chile, Colombia, nos hace pensar que no va a ser sencillo esta lucha por otro rumbo, tanto a nivel nacional como regional[7].

Algunas conclusiones finales:

  1. Para un mejor futuro, el primer escenario se relaciona tanto con políticas de aislamiento social, con cuidarse, con la previsión, con la labor de expertos epidemiólogos y equilibrios políticos prudentes; pero también y básicamente con el descubrimiento de una vacuna contra el virus que resulte eficaz y universal. Porque si bien hay avances en países desarrollados de Occidente y en China, es necesario que la misma sea considerada un bien común de la humanidad. Sin patentes, ni royalties, ni secretismo de laboratorios. Como señala Mariana Mazzucato: “el desarrollo de una vacuna eficaz y de acceso universal para la COVID‑19 es una de las tareas más cruciales del tiempo en que nos tocó vivir. Y sobre todo, es la prueba definitiva para saber si el resultado de la cooperación global entre el sector público y el privado (que las autoridades presentan como esencial) será maximizar el suministro de bienes públicos o las ganancias privadas.”[8]
  1. Estamos ante el desafío de un mundo enfermo, pero no sólo por la pandemia, sino por la desigualdad, el endeudamiento de las familias y las pequeñas empresas, la precarización y la concentración de la riqueza en un pequeño grupo de personas. Por un sistema financiero y mediático que no quieren que se modifique el statu quo vigente y eso frente a la mayor crisis que enfrenta la humanidad. Por ello, de cara a estos dos escenarios posibles, podemos utilizar nuestra capacidad política por un escenario en favor de la salud y del trabajo, o por otro, el de ser arrastrados a la supervivencia del más fuerte, movilizados por el temor. Nos toca decidir por cuál queremos apostar, pero un nuevo escenario más igualitario no se va a dar mágicamente, supone lucha política democrática, un debate y una planificación estratégica.
  1. Este hecho social total nos señala la importancia de la política, el rol del Estado, de los movimientos y de las organizaciones sociales que día a día hacen posible el cuidado y la alimentación de las familias y el trabajo de la economía popular que buscan producir y regular los precios de los alimentos y de los medicamentos. Hoy el alimento es esencial y hay que frenar a los sectores que distribuyen, especulan y suben sus precios. Lo mismo sucede con los precios de los medicamentos especializados que no tienen ninguna relación con los costos de su fabricación.


Finalmente, luego de haber gestionado los hospitales y clínicas como empresas ha conducido a tratar a los pacientes como mercancía, creemos que aspirar a un futuro mejor tendrá que ver con los sistemas de salud que sean públicos y universales en nuestra región, si bien reconocemos las diferencias de situaciones entre los países de la misma. Sin duda, el Coronavirus nos ha demostrado que, a la hora de la verdad, médicos, enfermeras y personal sanitario son inevitablemente más valiosos que los brokeres o los especuladores financieros. El COVID-19 nos deja la lección aprendida: los funcionarios honestos entregados al bien común son infinitamente mejores que el puñado de CEOs[9] que pensaban que podían gestionar mejor el Estado haciendo negocios personales y endeudando al país.

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[1] Émile Durkheim, sociólogo funcionalista generador de este concepto. Véase: La división internacional del trabajo y Anomia.

[2] Se denominan “cisnes negros” (black swan) a la aparición de hechos inesperados que alteran todas las previsiones y tendencias en que se apoyaban nuestras previsiones económicas y políticas (y no del mejor modo).

[3] Mazzucato, M. (2018). The value of everything. Making and taking in the Global Economy. New York: Public Arrairs.

[4] Julio Burdman, “Movimientos sociales y el riesgo de una recesión política”, Tiempo Argentino, 2-05-20, pág. 21.

[5] Pedro Biscay, “La sustentabilidad”, Página 12, 18-04-20.

[6] Mariana Mazzucato, “Cómo desarrollar una vacuna contra la COVID-19 para todos”, Proyect Syndicate, World’s Opinion.

[7] Guillermo Carmona, “Catástrofe: presente y futuro de un mundo gobernado por arrogantes”, Babel, Columnista, 19-04-2020.

[8] Mariana Mazzucato, “Cómo desarrollar una vacuna contra la COVID-19 para todos”, Proyect Syndicate, World’s Opinion.

[9] Elites y captura del Estado, Daniel García Delgado, Maria C. Ruiz del Ferrier, FLACSO, Buenos Aires, 2018