El nuevo multilateralismo

Por Valentina Delich, secretaria académica de la FLACSO Argentina.
Publicado en Página/12, 6 de noviembre de 2017.
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La declinación de los Estados Unidos, la crisis europea, la emergencia de China y la India, las migraciones masivas, la violencia y la incertidumbre son parte de cualquier ejercicio intelectual sobre el escenario internacional. En este marco, las reglas e instituciones del siglo XX crujen, se ensanchan y retraen para acomodarse al nuevo escenario. Y la Organización Mundial del Comercio, OMC, no es la excepción. En efecto, la OMC realizará su Undécima Conferencia Ministerial (M11) en Buenos Aires el próximo diciembre. ¿Qué resultados serían deseables y cuáles posibles? La respuesta requiere repasar la dinámica de la propia organización, atender al contexto y a nuestras ideas e intereses en particular.

Entre 1947 y 1994, el GATT reguló las relaciones comerciales internacionales con un blend de liberalización y mecanismos de protección o escape. La última negociación del GATT (Ronda Uruguay, 1986-1994), sin embargo, trajo aparejada una regulación detallada de aquellas válvulas de escape o espacios para políticas. Ciertamente, el pasaje del GATT a la OMC en 1995 trajo aparejada mayor institucionalidad, un sistema de solución de controversias anclado en el derecho (por oposición a estar anclado en el poder de las partes litigantes) pero también reglas más estrictas en relación a la utilización de los instrumentos de defensa comercial y de promoción comercial. Y para los países en desarrollo además, implicó una reconceptualización del trato especial y diferenciado: en vez de tener “reglas distintas” atendiendo al nivel del desarrollo, los países tendrían más tiempo para cumplir las mismas reglas (one size fits all).

Aquellas “nuevas” reglas de 1995 fueron un suspiro histórico: por un lado, los países en desarrollo, solicitaron flexibilizarlas y así se abrió la Ronda de Doha en el año 2001 bautizada como Ronda del Desarrollo y nunca terminada. Por otro lado, al volverse la OMC un foro de negociación más complejo e ineficiente, los países desarrollados potenciaron los acuerdos bilaterales y megaacuerdos. Lo visible de su agenda es que focalizan en marcos regulatorios que consoliden la participación de sus firmas en las cadenas globales de valor.

Mientras la dimensión jurisdiccional de la OMC se fortalecía, la negociadora languidecía y viraba a iniciativas preferenciales. En ese mismo tiempo y lugar, China ingresó a la OMC en el 2001, sobrepasó a Japón como líder exportador asiático en 2004, a los Estados Unidos en 2007 y a Alemania en el 2009. China y la India crecerán más del 6 por ciento para los próximos años. Y China patentó internacionalmente 45 por ciento más este año y en dos años más sobrepasará a Estados Unidos y Japón. Pero no se trata sólo de nuevos actores. No es más de lo mismo. Nos preguntamos diariamente además por el impacto de la robotización y la  automatización en el empleo, por el cambio climático, por la economía digital.

En un escenario surrealista, cuando llegue la M11, será esta institucionalidad (en particular el sistema de solución de controversias) y serán estas reglas (en particular las que hacen a las medidas de defensa comercial) la que Estados Unidos, su originario promotor, cuestionará y China defenderá. Vivimos un momento de incertidumbre y no existe el recetario de reglas que deberíamos construir para lidiar con la globalización. Pero, aún así, podemos avanzar.

Lo primero es no avanzar solos. Es preciso liderar, construir y ordenar una melodía regional. El Mercosur es un proyecto político que condensa nuestras ideas de paz, confianza mutua y democracia en la región. Y aunque el impacto del Mercosur en el comercio ciertamente lo operacionaliza y define, es el rescate de la visión que lo inspiró, el riesgo que se tomó y del horizonte que se vislumbró, expresados y construidos a partir de gestos políticos, compromisos, concesiones y normas, lo que nos permitirá utilizarlo, una vez más, para lidiar con la presión de la globalización y para participar en la reconfiguración de la gobernanza internacional.

Lo segundo es que todas las negociaciones internacionales son asimétricas, pero algunas tienen resultados más asimétricos que otros. En foros con procedimientos de negociación más inclusivos hay más chance para una región pequeña (que participa en un 5 por ciento del comercio mundial) de lograr que sus intereses e ideas influyan. Entonces, la defensa del sistema de reglas debe ser una prioridad para esta Ministerial. La mejor apuesta -aún falible- es fortalecer las instituciones, mecanismos y procedimientos que tal vez hagan que las reglas internacionales reflejen, aún en una pequeña proporción, nuestras ideas e intereses.