Preceptores y escuela en democracia. Del control al cuidado de lo común

Por Dora Niedzwiecki, investigadora del Programa Políticas, Lenguajes y Subjetividades en Educación

Imagen: “Coastal fish” Luciano Acosta
Imagen: “Coastal fish” Luciano Acosta
Difícil anticipar hace 30 años las mutaciones en el trabajo de los preceptores. El repertorio de temas que emerge al considerar treinta años de democracia rara vez involucra enfoques más detallados y menos extraordinarios sobre los procesos micro que atraviesan las instituciones, en este caso, las variaciones producidas durante el período en la tarea de estos actores. La mirada retrospectiva dibuja un tránsito que va desde ser los guardianes del orden y la disciplina mediante la sanción y el castigo, a convertirse, por medio del cuidado personalizado y el tejido de lazos,  en acompañantes, orientadores y mediadores en el proceso de escolarización y el tratamiento de conflictos.
A partir del proceso que se inicia con  la llegada de la democracia y avanzando en el nuevo Siglo, la función del preceptor varía según el  ritmo de las transformaciones políticas y sociales de nuestra historia reciente. Un periodo particular, el que abarca el último gobierno militar, entre 1976 y 1983, agudiza y profundiza la arista de vigilancia y control del cargo. Temor y respeto a la autoridad eran cuestiones que  los preceptores debían promover conservando el orden en el establecimiento y la disciplina en los cuerpos y las mentes de los alumnos. Según límites rígidos e invariables procedían al tomar distancia, garantizar el silencio, controlar largos de faldas en guardapolvos o uniformes de las chicas y limitar la distancia del pelo respecto al cuello de delantales y camisas en los chicos. Bajo este paradigma, el acento recaía en tipos ideales, en un deber ser que poco atendía la singularidad de cada escuela y todavía menos la de cada estudiante.

Promediando los ’70, ante el proceso de masificación de la escuela secundaria, y años más tarde con la llegada de la democracia, los signos de debilitamiento de la maquinaria disciplinaria fueron notorios. A partir de 1984 cuando se eliminan los exámenes de ingreso al secundario y la matrícula continúa su crecimiento exponencial, quedan al descubierto las fisuras materiales y simbólicas de una ingeniería urgida de nuevas respuestas ante la emergencia de situaciones no previstas desde su matriz fundacional. En este sentido, observamos que el desempeño de los preceptores, empujados en su accionar por la fuerza propia de la vida misma en las escuelas, mutó gradualmente hacia modos de intervención ligados al tanteo y la invención según requerimientos de la contingencia diaria.

Con el correr de los años, promediando los ´90, la estructura escolar, al igual que otras instituciones sociales, agota su potencia instrumental formal para leer y acompañar las vidas de los sujetos que las habitan. En estas condiciones, del 2001 en adelante, ante la necesidad de contar con respuestas frente a imprevistos urgidos de acciones inmediatas, observamos cómo el accionar de los preceptores ocupa por defecto vacíos o grietas que el devenir social abrió en las entrañas de la estructura escolar con un despliegue de plasticidad e inteligencia práctica capaces de suturar variadas inconsistencias de la vida cotidiana en las escuelas. Si bien desde el punto de vista de la reglamentación realizan tareas orientadas al sostenimiento de la organización escolar, entendemos que la serie de prescripciones que constituyen tomar lista, confeccionar partes diarios o cuidar un curso en hora libre, se ve excedido por un conjunto de otras tareas más sutiles y complejas. Se trata de un más allá artesanal, motivado -nos aventuramos a afirmar- más por una sensibilidad y una iniciativa personal que por el mandato institucional. Situados en el envés de la trama escolar, ven y operan en el punto por punto del tejido, o, al decir de los propios chicos el preceptor es siempre el primero en saber todo de vos, de cada uno…

Desde hace tres décadas, en el marco de los  procesos de globalización que alteraron de manera radical el entramado de las instituciones y el poder simbólico del Estado, las escuelas enfrentan realidades diversas e imprevistas que requieren otra cosa que respuestas homogéneas propias del sistema disciplinario. La responsabilidad de gestionar la vida del conjunto en el marco de un estado de derecho en puja con el poder corporativo también impacta sobre la vida cotidiana de las escuelas. En esta longevidad democrática  inédita, cabe el interrogante por los modos de atender y cuidar lo común. Por ejemplo, en tiempos no muy lejanos, ser alumna al mismo tiempo que madre era incompatible, el binarismo del sistema no contemplaba híbridos de esta naturaleza. Seguramente, materializar los derechos de todas y todos atendiendo la singularidad de cada quien necesariamente prescindirá de automatismos o protocolos estrictos.

Como podemos inferir entonces, la masificación de la escuela media en los últimos años trajo consigo también nuevas preocupaciones. Numerosos adolescentes y jóvenes parecen tener dificultades para permanecer y completar el paso por el nivel. O, dicho de otro modo, el dispositivo escolar tradicional no logra captar ni hacer lugar a la multiplicidad de formas de vida joven que habita cada escuela. En este contexto, y ante la necesidad de materializar la decisión política de universalización de cobertura,  tal vez, sólo tal vez, estar en la preceptoría tomando mate y conversando pueda ser pensadodesde una lógica productora de oportunidades. Esto es, menos desde una perspectiva crítica o deficitaria y aprovechado en tanto condición o estrategia de disponibilidad flotante productora de encuentros.