Tomar distancia

Tomar distancia: un ejercicio para pensar la escuela en tiempos de aislamiento

Por Andrea Brito, investigadora del Programa Educación, Conocimiento y Sociedad, Área Educación de la FLACSO Argentina.

En la historia de la escuela, la expresión “tomar distancia” evoca esa disposición física obligada al hacer fila, parte del ritual de entrada a la vida escolar. En esa rutina diaria de matriz religiosa y militar, la cultura escolar encontró un modo para dar comienzo a su dinámica cotidiana con ciertas condiciones como punto de partida: al tiempo que se tomaba distancia de forma ordenada entre los cuerpos, se tomaba distancia del afuera escolar. Con el tiempo y la democratización de las prácticas escolares devinieron otras formas menos rígidas aunque el ritual de ingreso a las escuelas siempre se expresa en alguna forma, sonido o disposición que da cuenta de una necesaria distancia como condición para que suceda lo que sucede en la escuela.

En materia educativa, la distancia toma hoy otro sentido. En dirección inversa y por prescripción necesaria, niños y niñas, adolescentes y jóvenes, maestros y profesores hoy toman distancia de la escuela hasta nuevo aviso. La modalidad a distancia se vuelve entonces un medio para acercar la escuela, sostener sus prácticas, sus saberes y sus vínculos.

En un par de semanas se multiplicaron las estrategias para producir ese acercamiento: los gobiernos nacional y provinciales generaron plataformas de contenidos y orientaciones para la enseñanza junto con ciertas condiciones materiales para su acceso; las instituciones educativas también lo hicieron, a través de la acción de sus maestros y profesores quienes, desde sus casas, solos o en redes, se las ingenian para poner en marcha actividades y propuestas para sus estudiantes. En la mezcla de la urgencia con la velocidad propia de las tecnologías digitales, la dinámica resulta prolífica, acelerada, vertiginosa: recursos multimediales disponibles en plataformas y portales educativos, información sobre sitios webs recomendables, orientaciones para su uso y procesamiento didáctico, espacios digitales para la configuración de clases virtuales; compilación digitalizada de actividades de manuales o libros de texto; docentes que se comunican por mail o por Wsp con sus estudiantes, graban videos caseros publicados en YouTube, mantienen encuentros virtuales por diferentes canales digitales.

Es ésta una dinámica que amplifica y pone en circulación algunos de los rasgos que actualizan en clave contemporánea el desencuentro escolar característico entre generaciones: mientras muchos adultos nos encontramos aproximándonos a las ventajas y los procedimientos de una clase en modalidad on line, jóvenes YouTubers parodian la escena contra las “clases normales”, en sagaz complicidad con sus ciberaudiencias.

En la combinación de intenciones y de expectativas, una sensación de sobreabundancia y desorientación sacude la escena. En efecto, en lo inédito de la situación general que estamos viviendo, se superponen acciones educativas en diferentes direcciones, con diversas prioridades, finalidades, alcances y efectos. Los maestros y los profesores, exigidos por una presencia con sus estudiantes a la distancia. Los estudiantes, desorientados por una presencia escolar fuera del contexto conocido. Las familias de los estudiantes, muchas apremiadas por urgencias económicas básicas, atendiendo o esperando ayuda para atenderlas, y otras tantas desorganizadas en su esquema de funcionamiento cotidiano. La cultura escolar se desplaza en la distancia produciendo movimientos nuevos, desordenados, incómodos.

Ensayemos una posible explicación. Para eso, partimos de una mirada estrictamente educativa, atenta a la forma de la escuela -una disposición artificial de tiempo, espacio y materia- y a las operaciones a través de las cuales ésta produce el movimiento de provocar atención y exponer al mundo frente a sus estudiantes: separarlos de sus vínculos con las familias y comunidad; suspender y dejar temporariamente sin efecto el orden y el uso habitual de las cosas; producir un tiempo libre para el estudio y el ejercicio, y profanar el conocimiento haciéndolo público, poniéndolo sobre la mesa para ser compartido. A través de esas operaciones, la escuela constituye un espacio público que instala la igualdad pedagógica entre sus estudiantes (Masschelein y Simons, 2014).

Podríamos decir que atravesamos un lapso en el cual esta forma y sus operaciones no sólo se encuentran coyunturalmente interrumpidas sino que intentan rearmarse, sostenerse e incluirse en otras, las propias del mundo digital: un espacio abierto y en apariencia sin límites, un tiempo continuo, y la ilusión de un conocimiento infinito, sujeto a otras reglas de producción y de circulación. Un mundo dinámico e inestable, antónimo de la solidez de la escuela aun considerando su hoy cuestionada fragilidad. Un mundo que ofrece las condiciones para una nueva relación pedagógica.

Una interesante exploración visual por escuelas secundarias del sur de la ciudad de Buenos Aires nos ayuda a poner en movimiento esta explicación (Alcántara, 2020) en tanto, a través de sus imágenes, es posible identificar las coordenadas de la forma escolar despojadas de las operaciones que la vuelven escuela: un espacio lleno de ausencias; un tiempo sin timbres para entradas ni salidas, sin recreos, actos ni reuniones, sin hora del almuerzo, matemática, educación física o historia; unos pupitres vacíos sin conocimiento desplegado para ser compartido. Las imágenes también nos señalan vestigios de las prácticas de quienes las habitan, sostenidas en unos artefactos y unas tecnologías: pizarrones, láminas y maquetas, carteleras y pupitres, televisores, bibliotecas y netbooks, esqueletos didácticos, planisferios y globos terráqueos, todos dispuestos en un paisaje híbrido. En el silencio del cotidiano vacío dialogan los símbolos patrios, grafittis y pintadas, expresando la alquimia de la sensibilidad política, social y ciudadana construida en la cultura escolar.

Es difícil imaginar cuáles son las prácticas que estas escuelas y sus docentes están hoy implementando a través de la educación en modalidad a distancia. Quizás muchas y variadas o quizás, antepuestas por otras prioridades, pocas y puntuales. Lo cierto es que su materialidad nos da pistas de una cierta precariedad tecnológica, alejada del imaginario discursivo sobre las potencialidades de las tecnologías digitales para el cambio escolar. Por el contrario, es probable que esas prácticas -muchas y variadas o pocas y puntuales-, encuentren viabilidad en los recursos materiales -dispositivos y condiciones de acceso- con los que cuentan los profesores y los estudiantes, como así también se desarrollen a partir de los diferentes saberes que los profesores disponen para desplegar esos conocimientos sobre la mesa y en las posibilidades que los estudiantes tienen, desde sus casas, para suspender por sí solos el mundo familiar y contar con un tiempo libre que les permita el estudio y la ejercitación.

Si aceptamos este recorrido, podemos trazar algunas conclusiones provisorias:

  • asistimos -y formamos parte- de un movimiento que muestra de modo contundente un cambio producido desde la escuela y sus docentes frente a un desafío social y cultural inédito en nuestro tiempo. En su dinámica, este cambio discute los discursos instalados sobre la resistencia de la escuela como así también sobre su rigidez y lentitud para ponerlo en movimiento;

  • la dinámica del cambio producido por la escuela confirma que las tecnologías digitales ya están allí incluidas, funcionando en la continuidad de sus prácticas, sin transformaciones radicales impuestas sino más bien reinventadas por la propia cultura escolar. Esto nos obliga a reconocer el carácter relativo y contextual de la “innovación pedagógica”, generalmente sostenida como mandato carente de matices.


Este movimiento de cambio puede resultar un ejercicio útil para imaginar de qué modo la escuela reinventa las operaciones y crea las condiciones para una cierta igualdad pedagógica entre los estudiantes, dando lugar a los saberes y lenguajes propios del mundo digital y haciendo de ellos un conocimiento público y compartido. También, este movimiento puede colaborar en la visibilización de aquellas condiciones materiales y simbólicas de las escuelas que subrayan la desigualdad social existente y que exigen otros modos de intervención.

Un ejercicio para continuar cuando esto pase, otra forma de tomar distancia.