El trabajo de cuidados en los barrios populares

Un aplauso para ellas y ellos.

La Dra. Fabiola Carcar, investigadora del Programa Estudios y Relaciones del Trabajo de la FLACSO Argentina, nos presenta una serie de reflexiones en torno a los trabajos de cuidados llevados adelante en barrios de alta vulnerabilidad social, en el marco de la cuarentena vigente en Argentina.

“Albergue de cruce”, María Belen. Tucumán.

En estos días de aislamiento obligatorio a causa de la pandemia del COVID-19 todos reconocemos el trabajo que los profesionales de la salud están llevando adelante para enfrentar la problemática. Incluso todos los días los aplaudimos y ovacionamos desde nuestros balcones y ventanas. Al igual que muchos otros, como el personal policial y de seguridad, o como quienes producen y venden alimentos, ponen en riesgo su salud para que la cuarentena sea cumplida y para sostener actividades esenciales para la vida.

Sin embargo, muchos otros/as que no vemos también llevan adelante tareas esenciales en sus comunidades, especialmente en los barrios más vulnerables. Muchísimos jóvenes y adultos están elaborando comida y viandas o entregando bolsones de alimentos desde comedores y centros barriales que vieron muy incrementada su demanda en estos días. Otros/as entregan o llevan remedios, además de alimentos, a quienes están comprometidos con enfermedades complejas. Otros/as armaron espacios para aislar a quienes forman parte del grupo de riesgo (ancianos, embarazadas, personas en consumo problemático, otras) y no tienen vivienda o no tienen espacio suficiente en sus casas. Otros/as organizaron estrategias de contención ante situaciones de violencia de género.

Fueron unos/as de los/as primeros en poner el cuerpo ante la emergencia. Incluso quienes fabricaban ropa dejaron de hacerlo para ponerse a coser barbijos y entregárselos, en una carrera frenética contra el tiempo, a quienes estaban en la “trinchera”. Necesitaban cuidar a esos/as que estaban en el territorio cuidándolos. Todos los días recibimos imágenes y fotos que testimonian este trabajo comunitario.

La realidad es que la pandemia es una situación inédita y extraordinaria, pero el trabajo de cuidado que se construye territorial y comunitariamente en los barrios populares no tiene nada de inédita y la llevan adelante cotidianamente desde hace mucho.

El Proyecto Collectiva Joven de investigación-acción, llevado adelante entre FLACSO y la Federación de Centros Barriales del Hogar de Cristo, nos permitió “mapear” la cantidad de jóvenes involucrados/as en tareas de cuidado de otros/as jóvenes sumamente vulnerables y en consumo problemático en todo el país, nucleados en esos centros, y las características y condiciones de esos trabajos. Comprobamos, entre otras cosas, que sólo 1 de cada 5 cobra por la realización de esas tareas. ¿Cómo lograr que estas tareas de cuidado, de promoción y de acompañamiento comunitario se conviertan en trabajo remunerado a la hora de pensar políticas públicas concretas?

En primer lugar, reconociendo que estos trabajos de cuidado son trabajo, que “valen” tanto como otros, que ellos/as lo hacen mejor que nadie, y que existe una desigual distribución en la “organización social del cuidado” no sólo entre hombres y mujeres, sino también entre el Estado, el mercado y las organizaciones comunitarias (Rodriguez Enrique, 2015).

Así como el ingreso familiar de emergencia (IFE) viene a cubrir en estos días la necesidad de un ingreso, a quienes viven del trabajo informal, la venta ambulante, o la realización de changas, esta es la oportunidad de reconocer  que el trabajo comunitario tiene un valor social ineludible y que debe ser el Estado el que –principalmente- se haga cargo de sostenerlo. Quienes lo llevan adelante no merecen un ingreso cero o inestable ni tampoco merecen un ingreso dibujado de otra cosa. Algunas de esas tareas fueron financiadas en los últimos años, por ejemplo, por el “Programa de Entrenamiento para el Trabajo” que implica, indirectamente, decir que estas tareas no alcanzan el status de un trabajo y, de manera directa, reconocer que esto sería un “antecedente de”, una “preparación para” otro trabajo que se asume es más importante o de mejor calidad. Como su nombre lo indica, una oportunidad de “mejora de su empleabilidad”.  Reconozcamos de una vez por todas que quienes hacen estas tareas eligen todos los días jugarse por su barrio, y tienen la vocación, los conocimientos, las habilidades y las actitudes necesarias para llevarlos adelante.

En segundo lugar, reconociendo que estos trabajos, además de ser valorados individualmente, se realizan en el marco de una red de organización comunitaria, de un entramado construido por colectivos de mujeres y jóvenes, por organizaciones sociales, y también políticas, sindicales, y eclesiales que construyen una racionalidad diferente a la neoliberal, formas de subjetivación alternativas (Laval y Dardot, 2010) a las impuestas por el modelo dominante, conducido por la lógica de la autosuperación y el rendimiento indefinido y que sólo lleva a la destrucción de las condiciones de vida del planeta, a la  destrucción del hombre por el hombre. Desde los territorios, ellos/as empiezan a mostrarnos que es posible construir otros modos de comportarnos, de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.

Desde estos trabajos de cuidado organizados comunitariamente nos enseñan mejor que nadie que el trabajar es siempre comprometerse en un actuar común (Laval y Dardot, 2015) instituyente de nuevos gestos, de nuevas prácticas, de vínculos de solidaridad y cooperación. Es imprescindible que las organizaciones territoriales se impliquen en la toma de decisiones, participen en el diseño y en la implementación de políticas públicas que les conciernen, y que exista mayor convergencia entre el Estado -en todos sus niveles- y las mismas. El reconocimiento individual del trabajo debe ir de la mano, entonces, de diferentes formas de reconocimiento colectivo y de fortalecimiento de las organizaciones, que son quienes los hacen posibles.

Las experiencias de gestión comunitaria en la organización del trabajo de cuidado, situadas territorialmente, aún no encuentran su correlato en la institucionalidad laboral y tampoco se ven reflejadas en las políticas públicas. Seguiremos insistiendo[1] que éstas deben superar la idea de empleabilidad y calificación entendidas en términos individuales, para avanzar en enfoques situacionales que tengan en cuenta el contexto y las organizaciones que intervienen en el mismo, porque es a partir de esas prácticas comunitarias que podremos comenzar a transformar la sociedad. Tenemos mucho que aprender de ellas.

Que este tiempo sirva, entonces, para visibilizar la fecundidad del trabajo de cuidados en los barrios populares.

Ellos y ellas también se merecen un aplauso.

[1] Carcar F. y Miranda A. (2020). Políticas de Juventudes: tensiones entre la desigualdad, lo individual y lo comunitario. En Revista JOVENes, Nº 34, Ene-Jun, Pag. 73 a 104. Ed. Instituto Mexicano de la Juventud.