El bien común por sobre el individualismo liberal

Por Agustina Gradin, coordinadora académica del Diploma Superior en Organizaciones de la Sociedad Civil y docente del Diploma Superior en Gestión y Control de Políticas Públicas de la FLACSO Argentina.

Publicado en Diagonales.com, 14 de abril de 2020.
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El rol del Estado y la acción colectiva para el éxito de la cuarentena. El problema social de la crisis habitacional y las desigualdades de infraestructura y accesos a servicios esenciales

Fuente: diagonales.com

El acatamiento masivo al aislamiento social obligatorio es, en la historia reciente, una de las más grandes acciones colectivas que afronta nuestra sociedad. Aún por motivos solidarios, altruistas o meramente individualistas (el miedo a contagiarse), esta coordinación colectiva que implica que todes nos quedemos en “casa”, es sin duda un esfuerzo social épico comparable a pocos momentos de nuestra corta historia nacional. Las implicancias y efectos de esta cuarentena ponen de manifiesto las desigualdades sociales, económicas, habitaciones y/o de género pre existentes, los límites del mercado como el gran asignador de recursos, y las potencialidades de las capacidades del Estado como último garante del bien común.

Como acción colectiva, la cuarentena ha sido exitosa en tanto medida sanitaria ya que, aún a pesar de los reportes mediáticos sobre la circulación y la cantidad de detenidos por no respetarla, los datos de la realidad muestran que la mayoría de los y las ciudadanas han optado voluntariamente por aislarse. Desde una mirada comunitarista podríamos decir que en nuestra sociedad prevaleció mayoritariamente el bien común por sobre el individualismo liberal. Ahora bien, esta mirada romántica de la cuarentena no debe soslayar las profundas desigualdades que estructuran y condicionan las diferentes formas de habitar y sobrellevar el aislamiento. El primer problema social que aparece es la crisis habitacional y las desigualdades de infraestructura y accesos a servicios esenciales existentes en nuestro país. ¿Cómo es cuarentenear en un rancho, una casilla o un cuarto alquilado dentro de alguna villa? La posibilidad de aislarse es un privilegio de clase como muchxs ya han señalado. ¿Qué pasa con las personas en situación de calle?

El aislamiento puso también sobre la mesa las precariedades que viven el 40 % de la población que conocemos como economía informal. Para tener la capacidad de prever los recursos necesarios para sostener un proceso de aislamiento social como el que vivimos hay que tener mínimamente un ingreso garantizado que permita proveerse de alimentos y demás necesidades básicas. Es harto conocido que los ingresos populares, aún de quienes son sujetos de derechos del sistema de protección social de Argentina (AUH, Jubilaciones y Pensiones, cooperativistas, planes sociales), no son suficientes, y que en su mayoría estos sectores los complementaban con actividades de la economía informal, hoy completamente frenada. Las primeras medidas económicas del gobierno nacional fueron a contener y sostener a este sector. La autoridad y capacidad del Estado en sus diferentes niveles para garantizar el cumplimiento de la cuarentena (tanto en su capacidad de coerción a toda la sociedad, como en la represión de quienes la incumplen), así como la capacidad para tomar medidas sanitarias contra el CODIV 19 como fortalecer el sistema de salud, invertir y fortalecer la investigación científica necesaria, proveerse de insumos, y también para implementar políticas económicas de asistencia y contención a diferentes sectores sociales y económicos, pusieron en el centro de la escena a la política como principal herramienta para gestionar esta crisis. El Estado vuelve a la escena como el gran y único articulador capaz de liderar este proceso. El discurso neoliberal y sus representantes encontraron en el coronavirus su peor enemigo.

A su vez, todas las medidas de políticas públicas, imperfectas pero imprescindibles, fueron acompañadas por un despliegue de solidaridad expresado en las organizaciones populares, territoriales, comunitarias y religiosas que son quizás, junto con el regreso del Estado al centro de la escena, otro de los emergentes de esta pandemia.  Las redes sociales comunitarias juegan un rol fundamental en garantizar el despliegue de recursos y de contención en los territorios. Esas redes que normalmente funcionan y garantizan la reproducción social de una buena parte de la sociedad informal, hoy se constituyen en una malla de protección de los sectores populares contra la propagación de la pandemia.

Otra forma diferente de habitar la cuarentena se expresa todos los días en balcones y ventanas de las grandes ciudades. Los aplausos a las y los trabajadores que garantizan los servicios esenciales pueden ser leídos como otra forma de acción colectiva, vinculada a la representación y manifestación de una parte de la clase media y media alta, que desde la seguridad de sus “casas”, son testigos ciudadanos del funcionamiento social. Cada ventana y cada balcón se han constituido en panópticos de pequeña escala desde donde los que nos consideramos “buenos ciudadanos” por acatar la medida sanitaria, juzgamos, aplaudimos y denunciamos a quienes no. E inconscientemente, operamos un corrimiento desde el Estado a nosotrxs, ciudadanxs, como actores centrales de la cuarentena (que somos importantes, pero necesariamente necesitamos del colectivo social para garantizar nuestra existencia). El aplauso y la protesta a través de este tipo de acciones tiene siempre al Estado como último interlocutor. El Estado es interpelado por estos sectores como el responsable de los fracasos, a la vez que considera a los ciudadanos responsables de los éxitos. Esta mirada, claramente liberal, no da cuenta del rol estratégico y estructural del Estado en estos tiempos, y del liderazgo positivo del gobierno en este proceso.

Por último, la cuarentena nos abrió la puerta para volver a mirar las dinámicas internas de los hogares, evidenciando múltiples violencias y desigualdades. Desde las violencias machistas hacia mujeres, niñes y adolescentes, y personas adultas, hasta las desigualdades en la distribución de las tareas de cuidado, acrecentadas por la necesidad de garantizar el proceso educativo de les pibes, cada hogar debe gestionar sus propias estrategias y eso recae principalmente en las mujeres e identidades feminizadas. Los femicidios se han acrecentado durante este tiempo, lo que demuestra que el aislamiento social no nos protege de la violencia machista. El entramado feminista es quizás una de las mejores formas de acompañarnos y cuidarnos en cuarentena. Necesitamos aquí más Estado para intervenir en estas situaciones. Se han hechos grandes avances en este sentido, pero la deuda con nosotres todavía es urgente.

En definitiva, la pandemia del CODIV 19 ha puesto en evidencia la necesidad de fortalecer el Estado y de aceitar las redes sociales fundamentales para atravesar este periodo excepcional. Las diferentes realidades expresan desigualdades estructurales que están presentes hace mucho tiempo en nuestras sociedades, y que no son producto del coronavirus, sino del modelo neoliberal de acumulación y distribución de la riqueza.